miércoles, 22 de mayo de 2013

Brevísima crítica sobre "El Cosmonauta"


Ya vi la película “El cosmonauta”, o al menos la parte que dura una hora y 39 minutos aproximadamente porque ya sabemos que la película es mucho más que eso. Apenas leí el último crédito quise buscar las críticas y reacciones del público en general para comparar criterios. Pensé incluso en preparar una especie de dossier con las mejores críticas. Quizás lo haga, cuando termine la tesis (oh, maldita…) y con la ayuda de unos cuantos amigos.

Antes quiero dar las gracias a los realizadores. No bastaba con cambiar el mundo del cine (para pesar de muchos) con todos los inventos transmediáticos que le incorporaron a la historia, inventos que presiento no tenían detrás una mente maestra experta en todos estos temas sino que se basaron fundamentalmente en la intuición y tuvieron mucha suerte en las redes sociales, sino que además hicieron una BUENA película. Y lo escribo en altas, sí, un filme bien realizado y con una historia simple pero maravillosamente contada.

Quienes me conocen saben que no critico a Hollywood demasiado y que prefiero aprender primero de sus éxitos y tantos valores antes de publicar críticas contra “la gran industria del dinero”, pero no niego que un filme distinto a los que veo cada día no es mala idea. Tampoco se imaginen que “El cosmonauta” es la decimoctava gata del pato ni mucho menos en cuanto a cine se refiere, pero sí estamos en presencia de un filme distinto, con montaje atrevido y excelente, con banda sonora en su conjunto en función de la historia y con una fotografía que lejos de bonita o alardosa se pone en función de la trama, como debiera ser siempre pero lamentablemente no es.

Tiene elementos que no me gustan, por supuesto, como la primera escena con el monólogo que ya anuncia por dónde viene la cosa. Demasiado teatral para mi gusto con ápices de muy mala actuación.
Por otra parte mi única preocupación se encuentra en el gran público y la aceptación que pueda tener el filme. Presiento que es un tin metratrancoso (cuando menos) para el gran público y pongo en duda el éxito económico del proyecto a partir de ahora.

No obstante, no importa lo que suceda con “El Cosmonauta”, ya sus realizadores triunfaron, ya demostraron que puede haber un cine otro, que no niega de la sala oscura, del 35mm y de todo lo que hasta ahora se conoce como el séptimo arte, sino que incluye nuevas maneras con posibilidades infinitas para contar las historias y, mejor aún, con la participación directa y real de nosotros, los espectadores. Solo por eso, gracias. 

lunes, 20 de mayo de 2013

Lágrimas por Hamlet Hidalgo



Para Carlos, tras una lectura relampagueante de Sobre el asfalto cubierto un ave con sed, este texto escrito una tarde de mayo de 2013, pero que está hecho para ser leído en algún tugurio de La Habana de 2022.

Lo que nos une escapa y esa es nuestra desdicha

Última escena, Hamlet Hidalgo


Yo, no me caben dudas, voy camino al fracaso. Lo debí haber prevenido aquella tarde oscura de mi niñez, que extendí la mirada por sobre los edificios grises de La Coronela, y no pude encontrar una palabra para abarcar la tristeza que me hizo aferrarme a los barrotes del balcón. Ahora, que debo estar dejando la piel –no por mí, sino por mi madre y mi hermana, por mis amigos- en ese trozo de tiempo que alguien llamó graciosamente tesis de licenciatura, cedo al deber secreto de abrir un poemario que el editor de Hamlet Hidalgo envió a mi correo.


Abro el documento, y leo, y leo, y leo. Me adentro en un cuaderno escrito para el futuro o en el futuro mismo, no me queda claro, y siento la vergüenza de los profanadores de tumbas, la vergüenza del que llega demasiado temprano a una fiesta a la que lo invitaron por mera cortesía y en donde no conoce a nadie. Al principio solo veo poemas mediocres, ni buenos ni malos, unos poemas en los que reconozco la misma angustia que me recorre pero que no logra cuajar. Y sin embargo, de a poco, empiezo a avistar unas luces que presagian ojos en los oscuro, unas corrientes de aire que soliviantan la superficie del agua. No sé bien por qué, pero se me llenan los ojos de lágrimas, unas lágrimas que no saben a sal ni a nada, pero que corren como jíbaros en la noche, persiguiendo la presa invisible. Y con lágrimas y vergüenza en los ojos me reencuentro con Hamlet.


Admiro a Hamlet, él lo sabe. Tenemos una extraña fraternidad que no está constituida por los sucesos que usualmente forjan la camaradería. Hamlet y yo, durante los dos primeros años de la universidad apenas cruzamos palabras. Nos medíamos en la distancia, nos leíamos en la distancia, como esos pistoleros de viejos filmes que pasan minutos eternos intercambiando miradas a pantalla completa. Pero las piedras en el camino nos fueron arrimando y un buen día nos supimos cerca, no amigos, pero algo, si es posible, más antiguo e inconfesable que eso.


Con los años nos reconocimos y aferramos a un par de verdades tambaleantes –lo que nos une es algo inexorable, / es una furia amarga y una misa-, y a cada rato nos lanzábamos un texto a la cabeza, con la esperanza de aniquilarnos o darnos un abrazo. Hamlet tiene un espíritu indomesticado, una voz primitiva y agónica que se  lanzó a las aguas de los concursos literarios y braceó hasta llegar a un par de islas desde la que podía mirarme orgulloso. Pero no lo hacía, o al menos intentaba no hacerlo; prefería en cambio seguir con el silencioso intercambio de golpes.


En esta ocasión tuvo la gentileza de acordarse de mí, que viví 9 años antes de que Sobre el asfalto cubierto un ave con sed se convirtiera en el cuaderno de poemas que es, pero también me hizo de sus trastadas al lanzarme este uppercut desde donde no puedo alcanzarlo. Quisiera creer que es el último acto de su larga cadena de bromas, pero sé que estos acabarán con mi muerte (que no con la suya; estoy seguro que me dejará una que otra boutade escondida si tengo el mal gusto de sobrevivirlo).


Qué estás haciendo, estúpido, me digo mientras leo estos poemas, ponte a trabajar; deja de regalarle horas a la incertidumbre, pórtate como un hombre por una vez en la vida. Me muerdo los labios para detener las lágrimas. Ninguno de los dos, a pesar de haber intentado sumergirnos en más cloacas de las que nuestros pulmones pueden resistir, sabe qué cojones es la poesía. Pero Hamlet, debo confesarlo, me lleva en este mismo segundo una ventaja irrecuperable. Hamlet encontró como ablandar la piedra, como perforar el ruido, como arañar el cristal con las propias manos. Hamlet, ahora lo entiendo como entiendo mis lágrimas, encontró mis respuestas. Y yo que todavía no traduzco su pregunta.

viernes, 17 de mayo de 2013

La muerte


Se murió como se muere casi todo el mundo. De viejo, del  corazón, internado y cuidado a pesar de estar preso.
 
Se murió como se muere casi todo el mundo. Salvo aquellos a los que se persigue, se tortura, se mata, se desaparece.

Su muerte es una más. Muerte de 87 años, muerte lúcida y tranquila. Se entra en un sueño del que no se vuelve. Y después la nada, la nada entera para quien tuvo en sus manos la llave que desconecta la vida. Las vidas. Las treinta mil como un número vivo. La mano en la llave, la mano de Videla. Como un ícono vivo. Continente de todo lo demás. De los buenos vecinos con picana en la mesa de luz. De la prensa canalla. Del carnicero delator. Del oficinista informante. De los altares cómplices. De los empresarios ideólogos. Todos detrás de su rostro paradigma, flaco, enhiesto, pulgar en alto en el Monumental, bigote profuso, los dedos firmes en la sien, la gorra perfecta, Astiz, los niños muertos, los niños secuestrados, Etchecolatz, los que no saben quiénes son, los que nunca sabrán quiénes son, Colores, los huesitos de los que quedaron en quién sabe qué tierras o en quién sabe qué mares sin playa, el Turco Julián, los que no volvieron nunca, Von Wernich, los que no volverán jamás, la historia cortada como cables y un apagón larguísimo que nunca se volvió a encender del todo . Nunca.
Se murió igual que se muere la buena gente. En una cama calentita con sábanas blancas y un té con leche y tostadas que estaba por llegar. Eran las seis y media de la mañana.

Nuestros hermanos y los huesos de nuestros hermanos y los dientes de nuestros hermanos se quedaron sembrando la tierra. Con sangre y dolor y grito y carne quemada. Solitos en el aire, cayendo en la furia oceánica. Solitos en oquedades sin nombre. Envueltos en raíces, en hormigueros eternos, en grillos y lombrices. Solos, en la soledad de lo oscuro y del miedo atroz.

(Tomade de APe)

lunes, 13 de mayo de 2013

Gay Talese: "Una buena historia nunca muere"

El periodismo deportivo, género en el que Gay Talese (Ocean City, Nueva Jersey, 1932) brilla a la altura de los más grandes, no es más que una de sus facetas, pero la verdad es que en él se encierra el ADN de su escritura: “En el Estado de Nueva York, a unos noventa kilómetros de Manhattan en dirección norte, al pie de una montaña, hay un antiguo club social abandonado. La pista de baile está cubierta de polvo; los taburetes del bar, patas arriba, y nadie recuerda cuándo fue la última vez que se afinó el piano…”. Así comienza El perdedor, uno de los 37 artículos que escribió Gay Talese sobre Floyd Patterson y recoge El silencio del héroe, la antología de crónicas deportivas de este autor que ahora publica en español Alfaguara. Al escritor no le interesan los momentos de gloria que aureolan el pasado del campeón mundial de los pesos pesados más joven de la historia, sino las heridas que dejó en su alma el sabor de la derrota. “El deporte”, dejó escrito Talese, “trata de gente que pierde, vuelve a perder y pierde una vez más. Se pierden encuentros; después se pierde el trabajo. Puede resultar muy intrigante”. Sí, ya lo sabemos, fue uno de los padres del nuevo periodismo. No es que la etiqueta esté gastada, sino que no vale a la hora de calibrar la estatura de este italo-americano de 81 años, autor de crónicas y libros memorables sobre la más diversa variedad de temas que quepa imaginar (las interioridades de la redacción de The New York Times, la Mafia, los estándares sexuales de los estadounidenses, la construcción del puente de Verrazano o las Torres Gemelas, la grandeza del anonimato en contraste con las pequeñeces de la fama). Vital, generoso, de conversación amena y desbordante, antes de iniciar la charla, Talese insiste en bajar unos momentos al búnker, como denomina al sótano plagado de cajas de cartón donde conserva las decenas de millares de notas y documentos que integran su archivo. Hijo de un sastre y una modista, obsesionado por los trajes de otra época, casado con Nan Talese, una de las editoras más reconocidas del mundo literario neoyorquino, con quien tiene dos hijas, si hay una palabra que resume todo lo que Gay Talese es y representa, basta con decir que es escritor. Sin adjetivos.

lunes, 6 de mayo de 2013

Life of Pi


De un tomate y un pepino el taiwanés Ang Lee pudiera hacer una buena película. Una larga carrera moviéndose en diversas culturas y argumentos así lo demuestra. Y tiene un arma secreta: el resultar sensible justo en la medida, o si acaso prefiriendo quedarse siempre por debajo del desborde (al contrario de Spielberg, tan dado él al subrayado). Recordar al respecto solo dos cintas de Lee: Sentido y sensibilidad, el drama de época a partir de una novela de Jane Austen, y Secreto en la montaña, la historia amorosa entre dos rudos vaqueros.

La vida de Pi no cuenta una historia de náufragos cualquiera. En el bote en que va a la deriva el joven protagonista sobreviven también una mona, una cebra, una hiena y un tigre de bengala, que será el único animal en quedar con vida y con mucha hambre.
La cinta se basa en una exitosa novela de Yann Martel, con 42 traducciones desde que se dio a conocer en el 2001. Una historia (muy difícil de llevar al cine por sus demandas técnicas) y un filme signado tanto por un profundo espiritualismo, como por una impronta de realismo mágico, que al final hace que el espectador se pregunte si ha visto "algo" real, o acaso ha sido víctima de un sueño.
Uno de los aciertos del filme es su estructura: una primera parte en que un novelista en busca de un buen relato conoce al Pi adulto y este le cuenta sobre su niñez en la India ––verdadero despliegue de simpatía y buen humor–– y la segunda, referida al naufragio de la embarcación donde viajan el joven, su familia y los animales que conducen a Canadá.
La primera parte ha servido para subrayar la espiritualidad del muchacho, proveniente no de una sola religión, sino de varias, y factor importante en la voluntad férrea que deberá desplegar en su lucha en el océano.
Bello relato apto para todas las edades este último filme de Ang Lee (2012) concebido en 3D. Una visualidad rotunda apreciable igualmente en proyección normal y con unos efectos especiales sabiamente conectados al aire de fábula que pudiera tener cualquier sueño, en que uno se vea navegando en un bote en alta mar con un inmenso tigre como único compañero.

(Tomado de Granma)

Lina


A Lina Liset Saroza Manso, en su graduación

La imagen de una muchacha atada a un saxofón es, quien lo duda, sublime. Pero quisiera pedirles –y sé que no es fácil, yo mismo apenas lo logro- que dejen de lado la imagen por unos instantes y oigan lo que tienen que decir esta muchacha y su saxo.