lunes, 28 de abril de 2014

Paul Aster: La invención de Nueva York (fragmento)

A Auster lo tengo en la reserva, forma parte de ese universo norteamericano al que que me acerco con cuidado porque siento que me devorará por completo. Sin embargo, hace unas semanas Mónica me compartió El cuento de navidad de Auggie Wren con el siguiente comentario: "Vas a ver esta noche lo que es disimular la ternura. El cuento es un elefante oculto detrás de un hilo". A partir de ese momento, comencé a tropezarme con textos de y sobre Auster, tal y como nos sucede con esos extraños que nos encontramos en una fiesta y luego vemos en todas partes.


Resulta que hoy 28 de abril la Universidad Nacional de San Martín (Buenos Aires, Argentina) distinguirá con el Doctor Honoris Causa a John M. Coetzee y a Paul Auster, y a propósito de esto la Revista Anfibia publicó sendos trabajos que recorren la creación literaria de estos dos destacados escritores.
El texto sobre Auster, firmado por Mariana Enríquez, aborda las constantes y los motivos que transitan las obras de este neoyorquino que ha logrado ser más popular en Latinoamérica y Europa que en su propia tierra. Les dejo un fragmento que me ha gustado, y creo recoge la esencia del artículo. (Mónica, esto te encantará)

Foto: Nancy Crampton

En los años 90, los Amarillos de Anagrama, en rigor, la colección Panorama de Narrativas de la editorial entonces dirigida por Jorge Herralde, era un símbolo de estatus, de buen gusto y, más importante, de onda. Se podían comprar si el lector aún permanecía aferrado como a un clavo caliente a la clase media argentina. Eran lo que se perdió hoy con la diseminación de la legitmidad del cambio de siglo, con el dominio electrónico y la obsolencia de ciertas curadorías: eran una garantía. Si era un Panorama de Narrativas iba ser bueno. Como otros mitos de la época: el sello Vertigo de DC Comics, el sello musical Matador, los primeros Baficis (festival que aunque arrancó casi en el cambio de siglo, mantenía ese espíritu del indie accesible de los 90 en su seleccionado de películas y temáticas). No exactamente indie, sino con espíritu indie, una categoría que es más fácil reconocer que explicar. Ahí entraba Paul Auster vía los amarillos de Anagrama y las películas que él dirigía, donde aparecían Tom Waits y Harvey Keitel y Jim Jarmush y claro, Nueva York, esa Nueva York que cuando acá se leían los libros de Auster ya no existía, porque sus libros llegaron con un desfasaje de diez años. (Hay que decir, también, que Paul Auster muy rápidamente trascendió el fetichismo amarillo para convertirse en un escritor popular).

La Nueva York de Auster, entonces. El Central Park donde se pierde Fogg en “El Palacio de la luna” ya no existía con la primera edición de Anagrama, de 1996. Primero por cuestiones de trama, porque transcurre en los 60 pero segundo y más importante porque en 1994 Giuliani era alcalde republicano de la ciudad y su administración redujo la criminalidad en un 70% con consecuencias en el estilo de vida absolutamente inesperadas, injustas para muchos; como sea, cambió la ciudad para siempre. Auster es una especie de bisagra en este sentido porque ciertamente, su Brooklyn, su Nueva York, no es negra ni mestiza ni hip hop ni punk ni perseguida por la policía, ni siquiera es pobre: pero sí es un lugar de la imaginación, donde el vagabundeo y la pérdida son posibles; una ciudad abierta, donde todo aquello que tiene filo y mestizaje existe y es bienvenido, una especie de isla diversa. Suele decirse que Auster es un extranjero en su país: sucede que referencia y está influenciado por escritores latinos, desde Calvino hasta Verne, pasando por Cervantes, y por otros europeos como Beckett. Sucede que habla y traduce francés, que cita a Mallarmé. Pero, sobre todo en una relectura actual, sorprende lo increíblemente estadounidense que es Paul Auster. En sus posiciones políticas algo ingenuas incluso, típicas del progresista medio de su país (jamás posiciones tontas, jamás: ingenuas). Otra de sus mejores novelas, “Leviathan” (1992) es casi un lamento por el país perdido, por el despertar del sueño, encarnado en Benjamin Sachs, el escritor protagonista, que termina sus días haciendo volar con bombas, réplicas de la Estatua de la Libertad por todo el país y cuya única y mejor novela es una especie de réquiem por los Estados Unidos de fines del siglo XIX. Auster tiene verdadera fascinación por el deporte nacional, el béisbol. También por el mítico viaje de Este a Oeste, que se repite en muchas de sus novelas –en “El Palacio de la luna”, en “Leviathan”, en “La música del azar”. Es el viaje que construyó el país, la ampliación de la frontera. Está fascinado por Edison y Tesla, por los inventores. Algo de ese espíritu del hombre ingenioso que se hace a sí mismo, tan esencialmente estadounidense, es el material de “Mr. Vértigo”, la más influenciada por el realismo mágico latinoamericano de sus novelas, aunque sus personajes trashumantes enfrentan cuestiones sumamente locales como la mafia de Chicago o el Ku-Klux Klan.

Y sin embargo, este hombre tan obsesionado por su país y su cultura es amado en el extranjero. Algunos dirán que hay cierto didactismo en la América de Auster pero no es así, para nada, su presentación de los hechos históricos no es para dummies. ¿Se tratará de alguna especie de nostalgia global por el Imperio que no fue, el Imperio que pudo ser mejor?

Jonathan Lethem, autor de “La fortaleza de la soledad”, que es norteamericano pero vive en Barcelona –al menos, va y viene con frecuencia–, le dijo a Fresán en 2010, pensando en la “extranjería de Auster” y en por qué no es una influencia para los escritores contemporáneos norteamericanos: “Auster resulta una influencia difícil de incorporar y de asumir sin caer en la más torpe imitación o la burda parodia. Así que tiene menos seguidores y continuadores que, digamos, Pynchon o DeLillo. En cuanto a su lugar dentro de la literatura norteamericana, me parece que su situación privilegiada y poco común pasa por la de ser alguien completamente libre y ajeno a la tradición de los Estados Unidos, donde hasta los más grandes siempre han tendido a ser escritores claramente nacionales. Aunque, claro, en Auster hay una evidente influencia de Poe y de Hawthorne en lo que hace, a mí me parece en más de un sentido que Auster es el gran escritor pos-americano. Lo que es muy raro de encontrar entre nosotros. Europa se las ha arreglado para producir o atraer a más escritores de esta clase, como Calvino o Beckett o Cortázar. El tipo de sensibilidad que trasciende fronteras.”

Que tiene una sensibilidad que trasciende fronteras es cierto. Que no sea un escritor “nacional” es discutible. En realidad, Paul Auster es un escritor nacional que trasciende fronteras.

(Tomado de Revista Anfibia)

viernes, 11 de abril de 2014

Profecía (fragmentos) #ViernesDePoesía


Dibujo: Gordon Punt


Alguna vez escupiré tu nombre en otro orgasmo
y una mirada de odio intentara inútilmente aniquilar el placer.
Alguna vez estos ojos y esos ojos se encontrarán
en un combate cuerpo a cuerpo
con esa misma fuerza con que estallan las estrellas,
porque no puede ser de otra manera
porque el mundo es demasiado redondo
y nada puede escapar a las concéntricas aguas del deseo.

viernes, 4 de abril de 2014

Enfundá la mandolina de José Zubiría Mansilla (#ViernesDePoesía)



Esta canción es uno de mis tangos favoritos intrepretados por Carlos Gardel. Su juego con el tiempo ya pasado -en ese lunfardo que es un idioma dentro de otro- es uno de los más logrado que he visto en canción alguna. Sin dudas Zubiría hubiera dado para gran poeta, lástima que no se decidiera a compilar sus versos. Por suerte Gardel lo dejó grabado en algunas composiciones como esta, que escucho con placer una y otra vez, a pesar de la mala calidad de la grabación. Aquí les dejo Enfundá la mandolina, que tengan un buen Viernes de Poesía.

Sosegate que ya es tiempo de archivar tus ilusiones,
dedicate a balconearla que pa' vos ya se acabó
y es muy triste eso de verte esperando a la fulana
con la pinta de un mateo desalquilado y tristón.
No hay que hacerle, ya estás viejo, se acabaron los programas
y hacés gracia con tus locos berretines de gavión.
Ni te miran las muchachas y si alguna a vos te habla
es pa' pedirte un consejo de baqueano en el amor.

Qué querés, Cipriano,
ya no das más jugo.
Son cincuenta abriles
que encima llevás.
Junto con el pelo
que fugó del mate
se te fue la pinta
que no vuelve más.

Dejá las pebetas
para los muchachos,
esos platos fuertes
no son para vos.
Piantá del sereno,
andate a la cama
que después, mañana,
andás con la tos.

Enfundá la mandolina, ya no estás pa'serenatas,
te aconseja la minusa que tenés en el bulín,
dibujándote en la boca la atrevida cruz pagana
con la punta perfumada de su lápiz de carmín...
Han caído tus acciones en la rueda de grisetas
y al compás del almanaque se deshoja tu ilusión,
y ya todo te convida pa'ganar cuartel de invierno
junto al tuego del recuerdo a la sombra de un rincón.