lunes, 20 de abril de 2015

Salsa postmoderna para gozar

por Jorge de Armas
En abril de 1997 conocí a José Luís Cortés.  Con él disfruté de comidas en su casa y reuniones en la sede del Partido provincial (sí, leyeron bien, disfruté) el Tosco en una reunión con Lazo es sumamente disfrutable. Y después de semanas de encariñamiento mutuo, de verlo trabajar día a día, - y gozar también – surgió este texto que fuera publicado en la Gaceta de la UNEAC, en su número de mayo – junio de 1997.  En estos días en los que recibe el más que justo homenaje, para quien considero el más grande músico cubano surgido del proyecto cultural cubano, además de un tipo excepcional, recupero este texto que tiene la misma dosis de inmadurez que de sinceridad.

La música cubana adolece la falta de una plataforma teórica y conceptual que la legitime en su justa cabalidad, apelando, como es lógico a la rica tradición e historia pero dilucidando los elementos que estructuralmente la hacen un fenómeno distinto, desplazado de vertientes casuísticas, y condicionada por coyunturas y espacios redefinidos epocalmente.
Mucho se habla entre posturas y parapetos enfrentados el boom de la música cubana, pero en ambas posturas, la a favor y la en contra, nadie analiza desprejuiciadamente sobre qué valores se construye ese hacer musical. Algúnos limitan la función de nuestra música popular al baile y en los bailadores justifican el éxito o no de las propuestas. Esto es válido, pero en nada puede excluir la posibilidad que tiene la música de contribuir  a determinadas claves y coordenadas en que se inserta la cultura cubana. Además, nos encontramos que cada postura apela a un toponimio ambivalente, la salsa puede ser elegante, caballeresca o médica, y en los más de los casos, vulgar, chabacana y hasta misógina.
Todo lo anterior está bien aunque es insuficiente. Ahora quisiera detenerme en un fenómeno particularmente novedoso en el espectro musical cubano, fenómeno que marca pautas dentro de un hacer y que se distingue por una certeza comunicativa amparada en sólidos basamentos  musicales, conceptuales y populares.
A mi modo de ver la orquesta netamente revolucionaria, novedosa y distinta es NG La Banda y todo se lo debe al talento y genio de su director José Luis Cortés. Si desprejuiciadamente analizamos este fenómeno, podemos descubrir paradojas evidentes: por una parte la sofisticada elaboración musical, amparada en una ejecutoria impecable, armonías discretas y detalladas, arreglos espectaculares y una relación entre las partes que no deja fisuras en la proyección de conjunto, eso unido a las letras que no buscan la excelencia literaria y que se poyan en expresiones muy populares, en dichos y dicharachos al uso nacidos de contingencias y choteos diarios.
Esta dualidad pone de relieve un ejercicio muy cuidado de selección, recordemos que José Luis Cortés es un graduado de nuestro sistema de enseñanza del arte, academia rigurosa que dota a sus pupilos de una altísima preparación musical y general, sin importarle el origen del artista. Es por eso que se da la incorporación de los valores populares en un hacer “culto”, elaborado y nada empírico. En El Tosco esto es asumido como estrategia fina y cuidada, la improvisación no tiene espacio, solo el que permite la expresividad interpretativa, este juego involucra la proyección grupal, su ejecutoria escénica y hasta “poses” personales.
Por otro lado El Tosco evidencia una fractura entre enclaves paradigmáticos de nuestra música popular y apela a elementos de fusión con ánimo renovador. Unido al hablar popular nos anuncia en su hacer fraseos jazzísticos, reminiscencias al blues, rap e incluso, rock. Las tan maltratadas letras no son un sinsentido impostado, son en cambio, el elemento que señala un asidero en la tradición y evidencian la voluntad del Tosco de pertenecer, de ser parte de una historia musical a la que no puede renunciar.
La bruja, El baile chino o Échale limón son solo tres de las letras maltratadas. El compás inicial de Échale limón  merece un estudio aparte y diferenciado en nuestra historia musical, es un compás lúcido, fuerte y elaborado, que para nada anuncia el texto: “El otro día me encontré por Cayo Hueso…” Aquí está el genio, de las ocho marcas notables del compás caemos en lo popular sin tránsitos abruptos, sin cortes, solo con la ruptura de nuestros pobres esquemas receptivos; La bruja es todo un homenaje a una cultura machista que, sin embargo, no puede vivir sin la mujer, es además, un ejercicio cultísimo pues desde el medioevo en España, que para quienes lo han olvidado es la tierra madre de nuestra lengua, bruja es un apelativo común a un tipo de mujer sensual, alegre, popular. Este tema es todo un ejercicio de juego metafórico donde los elementos culturales del cubano están a relieve, puestos allí sin que nadie deba extrañarse y sí regocijarse con una música genial y un texto revelador. Así lo vemos, el bailador disfruta y el que no baila puede descubrir excelencias musicales unidas a elementos populares.



Otro rasgo que distingue al Tosco es su variabilidad, su afán de no inscribirse en una modalidad y su deseo de destacarse en medio de la linealidad discursiva de la salsa cubana. Así aparece un Mambo alucinante, heredero de lo mejor y que regala a nuestra historia musical un olvido bien rescatado, también solos magistrales ejecutados por una orquesta que, hombre por hombre, pudiera ser la mejor del país. Esto nos hace jugar y especular con su apariencia, gestualidad o proyección escénica, cuando todo esto no es más que un teatro que representa para después reírse con nosotros.
Soy ajeno a todo intento encasillador, pero creo que si en la cultura cubana de hoy alguien pudiera con justicia denominarse postmoderno, ese sería El Tosco. Salsa postmoderna para gozar pudiera ser su lema, en su hacer concurren muchos elementos que así lo prueban, la unión de lo alto y lo bajo en la cultura de modo coherente y funcional, toda una estrategia de carnavalización discursiva, un diálogo permanente con la tradición y su reincorporación en esquemas actuales, un afán de juego y reinterpretación de la historia musical y, por último, un ejercicio constante de perfeccionamiento y redimensionamiento de su propuesta creativa.
Apelar a la cultura popular o llamarse músicos populares no exime de una ejecutoria impecable e ilustrada. Hoy, la mayoría de nuestros músicos son graduados de las escuelas con un alto nivel, son por tanto, académicos y por ende sujetos de la alta cultura, el origen y lo que hacen los definen como populares, de ahí lo rico de nuestro hacer musical y lo vivo de su ambiente. José Luis Cortés, pudiera ser El Tosco, el postmoderno de la salsa criolla pero es ante todo, uno de los mejores músicos cubanos y el más preocupado en renovaciones estilísticas que activen a nuestra música y dejen de parecerse tanto los unos a los otros.



Publicado en La Gaceta de Cuba (La Habana), año 35, no. 3, mayo-junio de 1997, p. 64.

lunes, 29 de diciembre de 2014

La mujer es la casa del hombre



"La mujer es la casa del hombre". Si hay alguna piedra angular en la literatura de Abelardo Castillo se encuentra en esa frase. La idea salta de mil maneras a lo largo de sus cuentos. Mírenla acá, en este fragmento de "La fornicación es un pájaro lúgubre", que comparto en extenso, porque sería un crimen mutilarlo.
Feliz año nuevo.

"Y ahora, por favor, silencio.

"Debí vivir cuarenta y cinco años para comprender el sentido cabal de las palabras: hacer el amor. Yo recuerdo que de chico, en los libros, hacer el amor significaba otra cosa. Hacer el amor era hablar de amor, cortejar. Todo cambia, por supuesto. Ya a los ocho años yo descubrí, sin demasiado dolor, que hay que estar preparado para despertarse cada mañana en una casa que no es más la nuestra, ni volverá a serlo nunca. De esa época, creo, viene mi confianza en las palabras y mi amor por los viejos libros. Los libros, para mí, eran el bosque sagrado donde las cosas sucedían sin pasar por el tiempo, eran como remansos de la realidad. Pudo desaparecer Troya, podían haberse podrido los barcos y los hombres que la asolaron y la defendieron, podía el bronce de la que fue una espada haberse ido degradando hasta este adorno de bibelot en esta pieza de hotel, pero siempre quedaba un lugar donde unos versos rearmaban el intacto escudo de Ulises, la frente de Helena, el mar color del vino. Mi madre no estaba, mi padre dejaría de cuidar sus rosas algún día, yo mismo me iba a ir; pero quedaban para siempre ese arco que seguía siendo tensado por un rey, y la flecha que atraviesa el ojo de las hachas. Las palabras no podían corromperse; no eran cosas. Las palabras eran el origen y el espejo de las cosas. Después crecí. Y un día, ante mi asombro, una muchacha tan joven como Agustina le estaba susurrando a un muchacho que era yo algo que él no entendía. Esa noche, Bender durmió solo. Pero desde esa noche «hacer el amor» significó brutalmente acostarse con una mujer. Confieso que me sentí ofendido. Era, me pareció, un abuso de lenguaje. Después seguí creciendo. Hablé poco y forniqué mucho. Pero nunca hice el amor. Prevariqué, eso sí, y puticé. Como el ventero que armó a don Quijote, recuesté viudas y deshice doncellas. Fifé, me encamé, jodí, copulé, corté como Jerineldo la rosa más fragante de algún jardín real, pinché y trinqué; rompí, sodomicé y desgolleté, conocí, folgué, serruché y hasta solitariamente me vicié, pero como había aprendido a desconfiar de las antiguas y hermosas palabras, no le hice a nadie, ni mucho menos hice con nadie, el amor. Yo creo que las mujeres lo saben, y por eso a veces fijan con desconsuelo su mirada en mi bragueta, como desde lejos, con los mismos ojos milenarios que tenía mamá cuando planchaba y yo jugaba a descuartizarme o a ser el señor Valdemar derretido, y cuando les pregunto qué pasa ellas dicen que a los tipos como Bender habría que cortarles la cuestión con una lata oxidada. No sé, a lo mejor todas las mujeres saben todo y es cierto nomás que los hombres somos seres inferiores e incompletos. De cualquier modo, algo descubrió Bender la tarde del 10 de junio de 1980, algo empiezo yo a descubrir ahora. Mientras voy doblando dulcemente hacia atrás el cuerpo de Agustina y me oigo decirle que no hable, que no piense, mientras la tiendo muy suavemente como a un objeto muy frágil sobre el brillante acolchado azul de la cama donde su cuerpo titila como una constelación que hubiese adoptado la forma de una mujer, he comenzado a develar el verdadero sentido de las palabras hacer el amor. Hacer el amor, armarlo, levantarlo piedra sobre piedra, arco a arco, columna a columna, y dejarlo instalado sobre el mundo, es desafiar nuevamente a Dios. El árbol vedado del remoto monte del Abuelo, antes que ningún otro conocimiento, enseñaba esa peligrosa sabiduría, y es así que todavía hay un ángel castrado entre las plantas amenazando los genitales de los hombres con una espada de fuego. Hacer el amor es robarle la mujer a Dios. Porque para armar el amor y habitarlo, hay, antes, que crear a la mujer, hacerla. La mujer es la casa del hombre, decían los antiguos. Es cierto. La mujer es una casa construida según la lenta albañilería de algún hombre. No me apures, Agustina, no te apures, esto que se está haciendo como un dibujo bajo la lluvia tiene sus leyes y sus ritmos, no es el amor, pero hay que escandirlo amorosamente como un verso. El amor no puede hacerse en unas horas, como yo creía, ni en semanas. Se tarda años. Hay hombres y mujeres que mueren sin haberlo hecho, sin saber cómo se hace, hay muchachas y muchachos a los que asesinaron sin haberles dejado levantar una sola viga ni abrir una ventana, hay generaciones y pueblos enteros que son diezmados, supliciados, ardidos hasta lo blando de los huesos, sin darles tiempo a reunir los materiales de hacer el amor, ahora mismo, mientras mi boca en tu oreja y tu boca de ahogada en mi cuello y mi mano subiendo por los contornos de médano de tu cuerpo, hay, sobre la húmeda y eléctrica piedra lustral de un sótano, en una cárcel, una adolescente roja que ya no va a temblar nunca con el temblor que ahora percibo bajo mis dedos como una caliente arena fina por la que pasara un río subterráneo. Vientres pateados, sexos deshechos, martirizadas bocas de dientes rotos, Agustina, ruinas nupciales, pedazos de parejas muertas que nunca van a sentir lo que por primera vez estás sintiendo ahora, este miedo dulce de ir cayendo hacia el centro de vos misma que hace rodar de un lado a otro en la oscuridad tu cabeza sobre la almohada, que te hace decir qué, qué me pasa, manos mutiladas que estuvieron vivas y que ya no encontrarán lo que tu mano, de pronto inexperta, busca entre mis piernas, hombres que tuvieron piernas y un sexo para usar entre las piernas, matas de cabello de mujer que no llenarán nunca el puño de un varón, puños de varón que nunca mías empujarán con dulce brutalidad la cabeza de una muchacha hasta la consentida sumisión, hasta la ambigua servidumbre que sólo la hembra del varón aprende, que no conocen las bestias ni los ángeles, pero que Agustina ahora no acepta, de rodillas sobre la alfombra y con las manos juntas como una mantis religiosa, volviendo a sacudir de un lado a otro la cabeza como si rezara, apretando los dientes acaso por el súbito horror de querer arrancarme el sexo de las entrañas, por primera vez no acepta, mientras Bender de pie sonríe y acaricia con cuidado y suavidad su cuello, como quien amansa un animalito cerril, le cubre dulcemente las orejas con las manos, se arrodilla junto a ella y le besa las lágrimas, la distrae, y como si jugara la va tendiendo sobre el piso y la abre como a un cauce mientras Agustina murmura por qué acá, por qué así, y él le dice que se calle, que no hay que pensar, que escuche, que escuche cómo cae la lluvia."

(La fornicación es un pájaro lúgubre, Abelardo Castillo)

domingo, 21 de diciembre de 2014

La conjura de los necios (prólogo)

Portada (maltrecha) de La conjura de los necios.

Recuerdo que me empeñé en leer La conjura de los necios precisamente por la lectura que hice de su prólogo en algún lado de internet. El libro, que anduve una buena temporada cazando, se me fue olvidando, pero hace un par de semanas se me apareció en el estante de una de las librerías de uso que suelo visitar. Ahora que lo tomo para leerlo vuelvo a toparme con el prólogo de Walker Percy y me sigue pareciendo una pieza de sencilla seducción, una de las mejores invitaciones a la lectura que he visto alguna vez. Aquí se los dejo.

Quizás el mejor modo de presentar esta novela (que en una tercera lectura me asombra aún más que en la primera) sea explicar mi primer contacto con ella. En 1976, yo daba clases en Loyola y, un buen día, empecé a recibir llamadas telefónicas de una señora desconocida. Lo que me proponía esta señora era absurdo. No se trataba de que ella hubiera escrito un par de capítulos de una novela y quisiera asistir a mis clases. Quería que yo leyera una novela que había escrito su hijo (ya muerto) a principios de la década de 1960. ¿Y por qué iba a querer yo hacer tal cosa?, le pregunté. Porque es una gran novela, me contestó ella.

Con los años, he llegado a ser muy hábil en lo de eludir hacer cosas que no deseo hacer. Y algo que evidentemente no deseaba era tratar con la madre de un novelista muerto; y menos aún leer aquel manuscrito, grande, según ella, y que resultó ser una copia a papel carbón, apenas legible.
Pero la señora fue tenaz; y, bueno, un buen día se presentó en mi despacho y me entregó el voluminoso manuscrito. Así, pues, no tenía salida; sólo quedaba una esperanza: leer unas cuantas páginas y comprobar que era lo bastante malo como para no tener que seguir leyendo. Normalmente, puedo hacer precisamente esto. En realidad, suele bastar con el primer párrafo. Mi único temor era que esta novela concreta no fuera lo suficientemente mala o fuera lo bastante buena y tuviera que seguir leyendo.

En este caso, seguí leyendo. Y seguí y seguí. Primero, con la lúgubre sensación de que no era tan mala como para dejarlo; luego, con un prurito de interés; después con una emoción creciente y, por último, con incredulidad: no era posible que fuera tan buena. Resistiré la tentación de explicar al lector cuál fue lo primero que me dejó boquiabierto, qué me hizo sonreír, reír a carcajadas, mover la cabeza asombrado. Es mejor que el lector lo descubra por sí mismo.

He aquí a Ignatius Reilly, sin progenitor en ninguna literatura que yo conozca (un tipo raro, una especie de Oliver Hardy delirante, Don Quijote adiposo y Tomás de Aquino perverso, fundidos en uno), en violenta rebeldía contra toda la edad moderna, tumbado en la cama con su camisón de franela, en el dormitorio de su hogar de la Calle Constantinopla de Nueva Orleans, llenando cuadernos y cuadernos de vituperios entre gigantescos accesos de flato y eructos.

Su madre opina que necesita salir a trabajar. Lo hace y desempeña una serie de trabajos, cada uno de los cuales se convierte en seguida en una aventura disparatada, en un desastre total; sin embargo, todos estos casos, tal como sucede con Don Quijote, poseen una extraña lógica propia.

Su novia, Myrna Minkoff, del Bronx, cree que lo que Ignatius necesita es sexo. Las relaciones de Myrna e Ignatius no se parecen a ninguna historia «chico-encuentra-chica» que yo conozca.
Otro aspecto a destacar en la novela de Toole es el reflejo de las particularidades de Nueva Orleans, sus callejuelas, sus barrios apartados, sus peculiaridades lingüísticas, sus blancos étnicos… y un negro con el que Toole logra casi lo imposible, un soberbio personaje cómico, de gran talento y habilidad, sin el menor rastro de caricatura racista.

No obstante, el mayor logro de Toole es el propio Ignatius Reilly, intelectual, ideólogo, gorrón, holgazán, glotón, que debería repugnar al lector por sus gargantuescos banquetes, su retumbante desprecio y su guerra individual contra todo el mundo: Freud, los homosexuales, los heterosexuales, los protestantes y todas las abominaciones de los tiempos modernos. Imaginemos a un Tomás de Aquino trastornado en una Nueva Orleans desde donde hace una disparatada correría cruzando los pantanos hasta la universidad estatal de Louisiana, a Baton Rouge, donde le roban la chaqueta de maderero mientras está sentado en el retrete de caballeros de la facultad, abrumado por elefantíacos problemas gastrointestinales. A Ignatius se. le cierra periódicamente la válvula pilórica como reacción a la ausencia de una «geometría y una teología adecuadas» en el mundo moderno.

No sé si utilizar el término comedia (aunque comedia es), pues el hacerlo implicaría que se trata simplemente de un libro divertido, y esta novela es muchísimo más. Decir que es una gran farsa estruendosa de dimensiones falstaffianas sería una descripción más exacta, se aproximaría mucho más al término commedia.

También es triste. Y uno nunca sabe exactamente de dónde viene la tristeza, si de la tragedia que hay en el corazón de las grandes cóleras gaseosas y las lunáticas aventuras de Ignatius, o de la tragedia que rodea al propio libro.

La tragedia del libro es la tragedia del autor: su suicidio en 1969, a los treinta y dos años. Y otra tragedia es la posible gran obra que con su muerte se nos ha negado.

Es una verdadera lástima que John Kennedy Toole ya no esté entre nosotros, escribiendo. Pero nada podemos hacer, salvo procurar que al fin esta tragicomedia humana, tumultuosa y gargantuesca, pueda llegar a un mundo de lectores.


WALKER PERCY

PD: Acá pueden descargar la novela en .pfd

viernes, 12 de diciembre de 2014

Los presupuestos, de Ramón Fernández-Larrea, en #ViernesDePoesía


Lo decía hace unos días en Facebook; me tropecé accidentalmente con una antología de Ramón Fernández-Larrea y no he podido dejar de hojearla en los minutos libres que encuentro. Espero encontrar los minutos de tranquilidad para dedicarle a ese libro las líneas que merece. Por lo pronto, quería compartir este tremendo poema.

Los presupuestos

esta es una oveja

dios y el día la hicieron blanca para pastar
con ojos de agonía duros y negros y músculos poderosos
en el pescuezo en fin toda una oveja
edison la sentó en la eternidad
porque una oveja es como decir el cordero
su sangre de castigo que nos cae

esta oveja tiene límites cuatro fronteras turbias
la noche el amanecer que le dicta su estómago
el cuchillo que lanza guiños y el lobo
rondándola
mirándola
cruzando sus fauces calientes

el miedo de la oveja es su límite no pidan más
para un animalito de dios no se puede pedir más
esta es la oveja basta es su temblor en cuatro patas
cuatro fronteras lleva en su corazón
ya dije que la noche y el día y el puñal deseándola
y un aullido que le pone la carne de gallina
dios la mandó a pastar y hasta la puso de ejemplo

pero qué es un aullido

las márgenes del río turbio de la memoria
las palabras de asombro que cercenan
la oveja necesita un pastor la oveja con sus músculos
poderosos en el pescuezo donde caen
la noche el día y el cuchillo
o la humeante mandíbula y hasta la tenue mirada de dios
medio enfermo con tantas reclamaciones
rondándola
mirándola
haciendo que necesite un pastor

la oveja no lo escoge

el pastor lo sabe y fuma en silencio y aprovecha
para comer el pan que también dios puso en su mano
los dos sonríen mirando el miedo de la oveja
uno inventó al lobo
hizo al otro crear el cuchillo
para que en la noche relumbre y quede un filo
de alba zigzagueante
la oveja y el pastor comparten el cielo y ciertos miedos
pero la oveja no elige a su pastor

pero qué es un aullido

un aullido puede ser un túnel lleno de espumas quemantes
un aullido es la señal precisa para alzar el cuello y escapar
una mancha casi oscura el fuego en la mano recogida
un aullido es la peor de las madres bebiendo
es el farol sordo para que los piratas desciendan

la tembladera que comienza a morder
un aullido es la pesadilla del pastor
el ojo de la oveja que necesita de otras
para pensar que la mandíbula no viene por ella

porque un cuello se vuelve más remoto
cuando hay un mar de cuellos pegados al piso

qué es entonces la oveja
sino la madrugada o cuatro límites
un músculoso pescuezo que se dobla día tras día
al lado de otro viene engrendrado
sino las patas que tiemblan encima del miedo

una oveja es la posibilidad de un pastor

la sonrisa de dios miserable y olvidadizo
o un pan mordido en la mano.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Hans Magnus Enzensberger, #ViernesDePoesía

Canción para los que saben

sabemos que hay que hacer algo inmediatamente
lo sabemos
pero naturalmente es demasiado pronto para hacerlo
pero naturalmente es demasiado tarde para hacerlo
lo sabemos

que realmente estamos bastante bien
y que así vamos a continuar
y que esto no sirve para nada
lo sabemos

que somos nosotros los culpables
y que no es culpa nuestra que seamos culpables
y que somos culpables por ese mismo hecho
y que estamos hartos con ello
lo sabemos

que quizá no vendría mal callarse un poco
y que a fin de cuentas no vamos a callarnos
lo sabemos
lo sabemos


y que a nadie podemos ayudar verdaderamente
y que nadie verdaderamente puede ayudarnos
lo sabemos

y que somos tan inteligentes
y libres para elegir entre la nada y lo nulo
y que debemos estudiar este problema muy cuidadosamente
y que echamos dos terrones de azúcar en el té
lo sabemos

que somos enemigos de la opresión
y que los cigarrillos han subido de precio
lo sabemos

y que la nación se está metiendo en un tremendo lío
y que nuestros vaticinios se mostrarán ciertos
y que no sirven para nada
lo sabemos

y que todo esto es verdad
lo sabemos

y que sobrevivir no es todo sino muy poca cosa
lo sabemos

y que sobreviviremos
lo sabemos

y que todo esto no es nada nuevo
y que la vida es preciosa
y que eso es todo
lo sabemos
lo sabemos
lo sabemos perfectamente bien

y que lo sabemos perfectamente bien

eso también lo sabemos
1968

Casa aislada
a Günter Eich

cuando me despierto
la casa está en silencio.
sólo se oyen los pájaros.
por la ventana no veo
a nadie. ningún

camino pasa por aquí.
ningún hilo en el cielo
ningún cable por tierra.
todo cuanto está vivo
reposa bajo el hacha.

pongo agua al fuego.
corto mi pan.
hago girar inquieto
el botón rojo
de mi pequeño transistor.

crisis del caribe... lava blanco
más blanco que el blanco...
listos a responder a la agresión...
that' s the way i love you...
fuerte alza de valores metalúrgicos...»

no cojo el hacha
no rompo el aparato.
y es la voz del terror que me serena,
que me dice:
aún estamos con vida.

la casa está en silencio.
yo ni siquiera sé cómo tender las trampas
o hacerme un hacha de pedernal
cuando la última cuchilla
se habrá enmohecido.
1962

(De "Poesías para los que no leen poesías" 1971; versión de Heberto Padilla)

jueves, 6 de noviembre de 2014

Ramón Fernández Larrea: "Tengo un verso donde caerme muerto"

por Ernesto Santana (tomado de Diario de Cuba)
Hace unos días supimos la noticia: Ramón Fernández Larrea había ganado el Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero —que se convoca en la ciudad de Salamanca para autores españoles e hispanoamericanos— con el poemario Todos los cielos del cielo.
Fernández Larrea, además de poeta de larga duración, es también humorista y escritor para radio, televisión y cine. Muchos lo consideran uno de los más importantes, si no el más, de los poetas cubanos en la década del 80, y todavía en Cuba hay gente que se sigue pasando grabaciones de "El programa de Ramón", incluso gente joven que no conoció aquel famoso espacio en vivo. Después de marcharse al exilio a mitad de los 90, vivió en Canarias y en Barcelona. Actualmente reside en Miami.
Ha publicado, entre otros, los poemarios El pasado del cielo (que fue Premio Nacional de Poesía Julián del Casal en 1985 y se editó en 1987), Poemas para ponerse en la cabeza(Abril, La Habana, 1989), El libro de las instrucciones (Ciclos, La Habana, 1991), Manual de pasión (Universidad de Guadalajara, México, 1993), El libro de los salmos feroces(Extramuros, La Habana, 1995), Terneros que nunca mueran de rodillas (Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, 1998), Cantar del tigre ciego (Arlequín, Guadalajara, México, 2001) y Nunca canté en Broadway (Linkgua, Barcelona, 2005).
Tras la noticia de este nuevo premio para el poeta, concertamos por correo electrónico esta entrevista para conversar con él sobre el nuevo poemario y sobre viejos asuntos, los asuntos de siempre.
¿Qué puedes decirnos acerca del libro premiado?
Todos los cielos del cielo es un poemario breve. Es como un caleidoscopio. Y es para mí un cambio de lenguaje. Un yo más directo, más sencillo, menos altisonante. Un libro lleno de ternura burlona. Y me alegra tanto que haya sido en el centenario de Gastón Baquero, un poeta inmenso que sufrió en silencio la vejación del  exilio, y la abominación del olvido.
¿Qué le dijo el Ramón humorista al Ramón poeta cuando supo la noticia?
Los dos abrimos la boca sorprendidos. Al poeta se le aguaron los ojos y el humorista lo invitó a desayunar para que dejara esa expresión de estúpida complacencia. Los dos leyeron nuevamente el poemario para ver si realmente era sólido, y si no se iban a avergonzar de verlo publicado. El humorista se iba a burlar y el poeta se hundiría en el silencio. Al final, los dos desayunaron y se alegraron modestamente. Un premio no hace mejor escritor a nadie, pero es una ventana para que entre un poco de luz sobre su obra.
¿Cómo describirías el camino que ha seguido tu poesía desde el principio hasta ahora?
¿Tortuoso? ¿Difícil?... Un camino lleno de incomprensiones, pero también he encontrado el apoyo de mis colegas. Se asustaban precisamente los que tenían que asustarse, los que mandan. Mi poesía sigue siendo un aullido. Pero también aprendió a ser un susurro de ternura en los oídos de quien quiere escuchar.
Si pudieras volver a empezar desde cero tu vida, ¿te gustaría hacer otro tipo de poesía o, incluso, otro tipo de escritura?
A esta altura he aprendido cuáles son las cosas que me gustan de la vida, y las que no me gustan. Vivo como si solamente me quedaran 72 horas de vida. De modo que aprendí a no desear haber sido lo que no soy, ni a quejarme por lo que pude haber sido. Soy un guerrero y soy un monje. Soy un juglar y también, un vengador risueño, como Till Eulenspiegel, el alemán que se burló de todos en su época. O como el poeta francés Francois Villon.
A veces siento que esos fantasmas me habitan. Y que logré llegar con ellos hasta aquí, y que también me acompañarán en la penumbra de los días por venir. Y doy gracias por lo poco que poseo y por lo que he perdido. Porque tengo en las manos el olor de la felicidad, cuando le he arrebatado puñados de ella a la vida.
Más allá de las influencias, ¿hay algún poeta cuya relectura te siga resultando imprescindible?
Es una corta lista. Son encuentros y vueltas atrás. Esta es una relación a vuelo de pájaro: el tango; Nicanor Parra, un universo doloroso y divertido; Hans Magnus Enzensberger, un descubrimiento sorprendente, con una acidez espectral y una visión contemporánea de todas nuestras desgracias humanas; Jorge Luis Borges y Eliseo Diego, dos puntas de la media luz de la ciudad; Edgar Lee Masters en esa visita interminable al cementerio de Spoon River;  la dulzura serenamente intensa de Emily Dickinson; la fantasmal elegancia de Dylan Thomas; T.S. Eliot en sus múltiples rostros; Cavafis en el viaje interminable; la dureza casi burlona de Charles Bukowski, cuando escribe cosas como: "Pienso en mí, cuando lleve tres siglos muerto"; y Vallejo, siempre César Vallejo, que cada vez me parece más desolado cuando estoy llegando a lo que él dice en uno de sus versos: "a la pared de enfrente de la vida".
¿Cómo es tu relación con la poesía? ¿La practicas? ¿Convives con ella? ¿Te asalta de pronto como poema ya hecho? ¿La persigues hasta que la atrapas?
Me asalta y levanto los brazos. La busco algunos días cuando siento un rumor, una música, casi siempre acompañada por un rumor de palabras que terminan siendo una imagen. No la provoco. Ella aparece cuando la necesito.
En ocasiones paso días y hasta meses con un verso dándome vueltas en la cabeza, o lo anoto y olvido dónde, hasta que lo encuentro y muestra un nuevo fulgor, otro camino para construir un poema.
Antes me desesperaban los largos períodos de sequía. Ahora sé que todo se cocina por dentro. Se añeja, se transforma, se endereza, se va armando, y cuando ya está listo, sale con naturalidad.
Aparte de pulir el oficio, ¿esa larga relación con la poesía te ha enseñado algo para la vida cotidiana?
Me ha regalado la paciencia, la inconformidad, la sonoridad de las imágenes. La posibilidad de contemplarlo todo como si uno viviera fuera de esa realidad, pero sintiendo el dolor de esa realidad.
En los peores momentos de la vida, me ha salvado la poesía. Sobre todo la de los demás. Aunque también puedo decir, en voz baja, que yo sí tengo un verso donde caerme muerto.
PD: No se pierda esta página de La Habana Elegante donde puede leer un par de textos sobre la poesía de Ramón Fernández Larrea, y, sobre todo, algunos de sus poemas.

jueves, 23 de octubre de 2014

El único libro de Abelardo Castillo

Abelardo Castillo es (Borges, Kafkfa & Cía, miren para otro lado...) mi cuentista favorito. Al Centro Onelio le debo un montón de cosas pequeñas, algo bastante lógico considerando mis escasas dotes de narrador; pero entre esas maravillas mínimas que le debo se encuentra el haberme puesto delante del autor de El hacha pequeña de los indios
Por si no bastara con esa capacidad suya de convertir cada relato en una joya, ahora me topo con lo que bien podría ser mi declaración de principios, si es que uno tuviera algunos. No digo más, les dejo con Castillo.


(…) No se trata de un mero simulacro de orden, o de que a los cuarenta años me empiece a sentir más o menos póstumo. Así como hay poetas que han escrito una sola obra (pienso en Hojas de hierba, de Whitman; en Las flores del mal, de Baudelaire), yo siempre quise ser autor de un solo libro de cuentos. Compruebo que ya no van quedando escritores ascéticos, que se escribe de más y se publica demasiado: me basta entrar en un librería o leer el catálogo de una casa editora para alarmarme ante el porvenir de la literatura contemporánea; reducir a uno los libros de cuentos que escriba tiene (por lo menos en un sentido numeral, y para mi sola paz interior) la ventaja de achicar un poco mi colaboración con el olvido.
Suele reprochárseme que publique poco. También se me reprocha que corrija demasiado, que las reediciones de mis dramas y relatos nunca coincidan con la anterior, que desaparezcan párrafos y hasta historias enteras de mis libros. Nadie habló mejor que Valéry de esta manía de alargar hasta el vértigo la composición de los textos literarios, de esa orfebrería “de mantenerlos entre el ser y el no ser, suspendidos ante el deseo durante años, de cultivar la duda, el escrúpulo y los arrepentimientos, de tal modo que una obra, siempre reexaminada y refundida, adquiera poco a poco la importancia secreta de una empresa de reforma de uno mismo”. Yo también creo que hay una ética de la forma, yo también creo que ningún escritor puede afirmar honradamente que una obra está terminada sino a lo sumo postergada, y que publicarla por cansancio (o por cansancio destruirla) es accidental. No estoy de acuerdo con el modo de producir de mi generación, incluso estuve por escribir: de mi tiempo. Y quizá debí escribirlo. Ya no se publican libros; se publican libretas de apuntes. Se manda a imprimir la primera versión de un texto y se le llama contra-literatura, o novela abierta, o antipoema. No hablo de obras como Ulises (sic), en las que el caos y la desesperación formal son justamente eso: desesperación de la forma. Hablo de quienes no se han puesto a pensar que para llegar al desorden y al vértigo del último Joyce hay que haber empezado por la transparencia de Dublineses; hay que haber llegado a no poder escribir de otro modo. La forma no es más que eso: el último límite de un artista, su imposibilidad de ir más lejos.

Abelardo Castillo, posfacio a Las panteras y el templo (Los mundos reales (Cuentos completos), Alfaguara 2008)