viernes, 13 de diciembre de 2013

Lover after love (Dereck Walcott en #ViernesDePoesía)

El amor después del amor



Llegará el día
en que, exultante,

te vas a saludar a ti mismo al llegar
a tu propia puerta, 

en tu propio espejo,
y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,


y dirá, siéntate aquí. Come.


Otra vez amarás al extraño que fuiste para ti.


Dale vino. Dale pan. 


Devuélvele el corazón

a tu corazón, a ese extraño que te ha amado

toda tu vida, a quien ignoraste
por otro, y que te conoce de memoria.
Baja las cartas de amor de los estantes,

las fotos, las notas desesperadas,

arranca tu propia imagen del espejo.

Siéntate. Haz con tu vida un festín.

Derek Walcott (Traducción: Alex Jadad, Héctor Abad Faciolince)


Love After Love


The time will come
when, with elation
you will greet yourself arriving
at your own door, in your own mirror
and each will smile at the other's welcome,

and say, sit here. Eat.
You will love again the stranger who was your self.
Give wine. Give bread. Give back your heart
to itself, to the stranger who has loved you

all your life, whom you ignored
for another, who knows you by heart.
Take down the love letters from the bookshelf,

the photographs, the desperate notes,
peel your own image from the mirror.
Sit. Feast on your life.


Derek Walcott













The Beatles VS The Rolling Stones, ¿rivalidades inventadas?

En 1967, Michael Cooper tomó la fotografía que serviría de tapa para el disco “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” de los Beatles. Su hijo Adam aportó para la producción con un sweater –que nunca le devolvieron– que lució una muñeca: decía “Welcome the Rolling Stones” y era un llamado a acallar la rivalidad entre ambas bandas que se planteaba desde los medios. Ese mismo año, Cooper se encargó de la tapa de “Their Satanic Majesties Request”, de los Rolling Stones: “Para devolverles el gesto, los Stones incluyeron las caras de John, George, Paul y Ringo en la portada. Eran dos bandas que se gustaban y que se ayudaban mucho”, señala Adam.



(Tomado de Revista Ñ)

jueves, 21 de noviembre de 2013

Lei­la Gue­rrie­ro: "El periodismo objetivo es la gran mentira del universo, todo es subjetivo"


Publicado por Ramón Lobo

Lei­la Gue­rrie­ro (1967, Ju­nín, provincia de Buenos Ai­res) tiene fama de gran reportera y editora rigurosa, exigente. Es la responsable de la revista Gatopardo en el Cono Sur. El periodista y escritor chileno Alberto Fuguet sostiene que deja «el manual de estilo de la revista The New Yorker a la altura de un paseo por un balneario». Ella se defiende entre risas: «Creo que exagera, en el The New Yorker son terribles». Al final de esta conversación celebrada en Madrid, habla del cardenal Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, tan argentino como ella. Sostiene Guerriero que parte de sus acciones, las muestras de humildad y algunas declaraciones son pose, que no cambiará nada de fondo. «Los que le eligieron sabían a quién elegían. No hay sorpresa. Necesitaban a alguien como Bergoglio porque se les estaban vaciando las iglesias». Guerriero vive en Buenos Aires, en Argentina, un país que ha resuelto mejor que España sus problemas con la memoria histórica. Uno de sus trabajos más célebres y premiados fue acompañar en 2010 a un grupo de forenses durante tres meses, ganarse su confianza y la de las familias. Guerriero es una excelsa representante del movimiento Crónica. Esta crónica (reportaje) revitalizada es la de siempre, la que está siendo expulsada de los grandes periódicos: el reportaje largo, la paciencia extrema, el rigor, las voces de los que tienen algo que decir, la buena escritura, el detalle. Esta crónica y sus cronistas representan la mejor arma contra la crisis y el pesimismo, al menos en Latinoamérica.

El periodismo español vive una crisis profunda, tiene dudas sobre su futuro. América Latina ya superó esta fase; allá están haciendo cosas muy interesantes.

En América Latina vivimos esta dinámica de crisis desde que nacemos. Cada cinco o diez años hay una crisis en la que el Gobierno o el banco se queda con tu dinero, o tu dinero no vale nada. Hay que tener un plan A y diecisiete planes B. Uno crece en esa dinámica en todos los ámbitos: laboral, privado… Vives con precaución y a la vez con un espíritu kamikaze, porque si eres precavido todo el tiempo terminas no haciendo nada. Ese espíritu ha ayudado a que pase todo esto que se dice que pasa con el periodismo narrativo. Por un lado, pasa de verdad; por otro, se habla más de lo que en realidad pasa. Las revistas que publican textos largos, de periodismo narrativo, siguen siendo las mismas cuatro o cinco de siempre: Gatopardo, Soho, Malpensante… Lo que sí siento es que hay mucha más gente interesada en hacer periodismo, y hacerlo bien. Hay una avidez enorme. Aquí pasó algo que en Latinoamérica no ha pasado de manera tan fulminante. El acceso a la tecnología en Europa ha sido relativamente más fácil, la gente se ha acostumbrado a leer el periódico en el ordenador o a descargarlo en el iPad. En Latinoamérica —y es una opinión modesta, de sociología de café—, esto se ha demorado. El acceso a esos dispositivos sigue siendo caro. Aquí quedan pocas cabinas telefónicas, están desapareciendo. Latinoamérica está llena porque casi nadie tiene ordenador, teléfono y qué sé yo. Supongo que aquí la tecnología ha ganado esa batalla, y eso hizo que los medios se preocuparan antes por ver cómo iban a estar compitiendo con ella. Se empezó a pensar demasiado en el soporte y se dejó de pensar en el contenido. En Latinoamérica todavía hay muchos que creemos en que si hacemos esto es para contar historias que valen la pena. No nos quejamos porque asumimos que todas las batallas están perdidas desde el principio, pero hay que darlas.

Siempre han tenido en América Latina la cultura del gran reportaje, del relato literario y la investigación periodística. Aquí, en cambio…

En España también: Chaves Nogales.

Sí, pero quitando a Chaves Nogales, que era un maestro poco reconocido en su época, y unos pocos más, no se apoya este periodismo de fondo. Lo primero que ha desaparecido en la crisis es el gran reportaje y la investigación. Parece la dirección opuesta que deberíamos seguir para superar la crisis.

Sí, es la dirección contraria a la que se debería ir. Depende más de la fe perdida en los medios de comunicación por parte de los estamentos que toman las decisiones, de los directivos. El periodismo de investigación, en un mundo cada vez más complejo y difícil, es más necesario que nunca. No hay tantos lectores que lean los grandes reportajes. Pertenecemos a un mundo de escritores y periodistas, todos somos más o menos lectores, tenemos una biblioteca. Me parece que el mundo no es así en su mayoría. La gente que tiene bibliotecas en casa y lee los clásicos es una minoría. Los grandes reportajes y los textos de periodismo literario son para este pequeño núcleo más lector. El común de la gente busca la noticia, lo inmediato: saber cómo va a estar el tiempo, enterarse de lo ocurrido en el accidente de Santiago, saber cuántos muertos hay en un atentado. El cronista es el tipo que llega después y tarde. Esa producción exige reposo, una mirada más contemplativa. Va dirigido a un tipo de lector más severo y formado. No creo que el lugar de los grandes reportajes esté en los diarios. Los diarios deberían tener uno por día, pero no catorce. También deberían estar mejor escritos, incluso las noticias cortas y sueltas. Exigirle a la crónica narrativa que asuma la responsabilidad de ganar lectores no es bueno, pero es un periodismo muy necesario en un mundo complejo.

¿Es el boom de la nueva crónica parecido al boom de los escritores sudamericanos?

Si a una persona normal le dices: Mario Vargas Llosa, García Márquez o Carlos Fuentes, reconocerá el nombre, recordará la cara, quizá hasta se ha leído alguna novela. Si le dices «crónica» al dueño de una tienda, al chico de la recepción del hotel o a un ingeniero, los pones en un aprieto. Además, la palabra crónica es engañosa porque en cada país quiere decir una cosa distinta. Pero más allá de eso los periodistas narrativos estamos mejor que hace 15 años. Por lo menos se habla más del tema. Pero no creo que sea un boom, ni que sea comparable. ¿Cuántos miles de ejemplares vendían estas personas? Eso fue un boom. El boom sería que mañana, como editora de Gatopardo, me sentara con las piernas sobre el escritorio y dijera «Lluevan veinte crónicas fantásticas para la revista del próximo número».

viernes, 15 de noviembre de 2013

Sobre todo cuando el viento de octubre, Dylan Thomas (#ViernesDePoesía)




Con estos días otoñales me acordé de Dylan Thomas y este poema, para cuando uno no tiene ganas de otra cosa que no sea acurrucarse en el cuarto en penumbras y mirar pasar la vida.

Sobre todo cuando el viento de octubre
castiga mi pelo con sus dedos de escarcha
camino en llamas, preso de un sol mordaz,
y arrojo a tierra un cangrejo de sombra,
a la orilla del mar, oyendo el ruido de las aves,
oyendo toser al cuervo en las varas invernales,
mi corazón atareado que se estremece al hablar
derrama sangre silábica y exprime sus palabras.

Encerrado, también, en una torre de palabra,
veo en el horizonte caminar como árboles
verbales formas de mujeres y filas
de niños, sus gestos astros, en el parque.
Algunos me dejan crearte de las hayas vocálicas,
algunos delas voces del roble, desde las raíces
de tantos condados espinosos te cuentan notas,
algunos me dejan crearte de los discursos del agua.

Tras un tiesto de helechos el reloj se menea,
me cuenta el verbo de las horas, el sentido neural
vuelan en los ejes del disco, proclama la mañana
y cuenta el tiempo ventoso en la veleta.
Algunos me dejan crearte de los signos del prado;
la hierba que me enseña todo lo que yo sé
irrumpe por el ojo con el invierno agusanado.
Algunos me dejan contarte los pecados del cuervo.

Sobre todo cuando el viento de octubre
(algunos me dejan crearte de hechizos otoñales,
los de lengua de araña, y el clamoroso cerro de Gales)
con su puño de nabos castiga la tierra,
algunos me dejan crearte de las palabras sin corazón.
Está exprimido el corazón que, deletreando en la prisa
de la sangre química, advirtió de la furia inminente.
A la orilla del mar oíd las oscuras vocales de las aves.


Especially When the October Wind

Especially when the October wind
With frosty fingers punishes my hair,
Caught by the crabbing sun I walk on fire
And cast a shadow crab upon the land,
By the sea's side, hearing the noise of birds,
Hearing the raven cough in winter sticks,
My busy heart who shudders as she talks
Sheds the syllabic blood and drains her words.

Shut, too, in a tower of words, I mark
On the horizon walking like the trees
The wordy shapes of women, and the rows
Of the star-gestured children in the park.
Some let me make you of the vowelled beeches,
Some of the oaken voices, from the roots
Of many a thorny shire tell you notes,
Some let me make you of the water's speeches.

Behind a pot of ferns the wagging clock
Tells me the hour's word, the neural meaning
Flies on the shafted disk, declaims the morning
And tells the windy weather in the cock.
Some let me make you of the meadow's signs;
The signal grass that tells me all I know
Breaks with the wormy winter through the eye.
Some let me tell you of the raven's sins.

Especially when the October wind
(Some let me make you of autumnal spells,
The spider-tongued, and the loud hill of Wales)
With fists of turnips punishes the land,
Some let me make you of the heartless words.
The heart is drained that, spelling in the scurry
Of chemic blood, warned of the coming fury.
By the sea's side hear the dark-vowelled birds.
 

jueves, 14 de noviembre de 2013

Juantorena, un pez gordo de la historia

Por Juan Tallón

Nunca he matado a nadie de una forma directa, expresa, pero haber estado a punto de acabar con Alberto Juantorena es una de las cosas más grandes que me han pasado. Ocurrió hace tres años. Yo estaba en Cuba, de vacaciones, gastándome una indemnización del seguro. Había pasado el día en Bahía de Cochinos y a última hora, anocheciendo, callejeaba de nuevo por La Habana en mi Hyundai Atos de alquiler. Sólo ese día había pinchado dos veces, de modo que estaba deseando parar y beber cuatro mojitos de una asentada, para recuperar el pulso. Llevaba de acompañante a un funcionario del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente cubano, pariente lejano de una amiga de Lugo, que cumplía las funciones de guía. De pronto, en un giro a la derecha con poca visibilidad, en pleno corazón del barrio de Miramar, apareció él. Primero arreció su sombra, que cubrió todo el vehículo, como un rascacielos, y después él. Emergió de la nada, de la no materia, y lo ocupó todo. Yo clavé el pie en el pedal del freno. Hostia, lo maté, recuerdo que pensé. Ni siquiera podría decir, como Galeano, que iba derecho al desastre, pero joder en qué coche. Me vi, en ese instante, en una cárcel cubana diez años. Ignacio se bajó disparado, yo algo más lentamente, secuestrado por la conmoción. “¿Estás bien, compadre?”, inquirió mi acompañante. Aquel tipo alto y fornido se había apoyado en el capó del vehículo, afectado no tanto por el golpe como por la taquicardia del susto, y apenas asintió con la cabeza. “¿Seguro?”, tercié yo, todavía persuadido de que lo había matado. “Seguro”, respondió con media sonrisa. En ese instante, Ignacio lo reconoció. “Pero si tú eres Alberto Juantorena”.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Caminado hasta el Teatro Martí


por Jorge de Armas
(Para Teresita Fernández)

A las cosas que son feas ponles un poco de amor
Y verás que la tristeza va cambiando de color…

Foto: Kaloian

Tuve el privilegio de estudiar mi dos primeros  años de primaria en una vieja casona del Paseo del Prado, quizás un marqués, o una prostituta de lujo viviese en ella, tan pegada al Barrio de Colón, sólo cabrían en ella la nobleza o las putas, que no es lo mismo pero es igual.
Los setenta, tan grises para la cultura cubana según algunos, para mí, un niño curioso que estudiaba en una casona hermosa del Paseo del Prado, fueron los años que me indujeron a todo; a leer;  a escuchar música; a conversar.
Me gustaba caminar por la acera derecha del Prado, de espaldas al mar, y pasar por los estudios del ICAIC a sentir el fuerte aire acondicionado de entre las rendijas de sus puertas. De allí vi salir a Silvio, a Pablo, a Sara, y a un grupo de rostros que no tuvieron nombre hasta años después.  En esa misma esquina de los estudios, si doblabas a la derecha, en Trocadero 162, podías a través de la ventana ver a José Lezama Lima, escribiendo su alma en blancos folios.
Pero los viernes, quiero decir, todos los viernes, lo que más disfrutaba era ir en doble fila, cogido de la mano con Yadira, una mulatita de sonrisa abierta, hasta el Teatro Martí, y allí, en su patio, reírme con los títeres del guiñol, y escuchar a Teresita Fernández regalarme su vida en cada nota.
La escuchaba mientras admiraba la belleza en ruinas del Teatro, rodeado por una verja verde que nos protegía del mundo exterior.  Allí adentro todo era paz y ella, todo era magia y ella, todo era, solamente, nosotros y ella.
No soy yo mismo si cada vez que llueve no me acuerdo de Tin tin, o si veo un gato y no le silbo Vinagrito, o si a la luz de la luna busco latas que brillen y me digan que la tristeza va cambiando de color.  No soy yo mismo si no busco de vez en cuando en mis recuerdos a Teresita, y me doy cuenta que parte de lo mejor de mi nació en aquellas tardes de viernes en el Teatro Martí.
Pasó el tiempo y pude conocerla en persona, y le conté esta historia.  Vivía en una casa en medio de un descampado, rodeada de gatos y un par de perros, y allí me cantó, para mí y para quien iba de mi mano, mil canciones que una vez más, sonaron a nuevas en mi cabeza, porque Teresita al cantar te contaba una historia con su escenografía, su atrezzo, su emoción, su llanto.
Cuando cantaba le brillaban los ojos, pero no tanto como cuando te hablaba de Martí. Varias veces tuve el privilegio de escucharla en palabras que destilaban devoción por el Apóstol. Detrás de ella, en las dos casas donde la visité, junto a la bandera cubana, nunca faltó un busto de Martí, bajo cuya sombra se cobijaba.
Ya, nunca más, he dejado de escucharla.
Donde quiera que estés, sólo te pido que no descanses, vaya mierda eso de descanse en paz, no descanses, mujer contestataria, sabia y valiente, tú sigue cantando, sigue incordiando al cobarde, sigue alentando mis sueños.
Nada hay más feo que la muerte, pero hoy, en la noche con luna de mi Habana, todas las latas en los basureros, brillaran para ti.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Feliz cumpleaños Edwin Madrid (#ViernesDePoesía)

Mañana, anuncia Facebook, es el cumpleaños de Edwin Madrid. A él llegue como llego a la mayoría de los libros que compro en este país, tanteando, tirándome al vacío en esta jungla sin crítica literaria ni jerarquías. En Mordiendo el frío y otros poemas descubrí una voz profunda, auténtica, emocionante, lo que me llevó a regalar su libro a las muchachas que intentaba enamorar entonces en una mezcla de evangelización y cortejo.
Podría decir que Madrid es uno de los grandes poetas ecuatorianos contemporáneos, pero la verdad es que no tengo la menor idea de cosas tales como poesía ecuatoriana contemporánea. Sí puedo asegurar en cambio que Madrid tiene una poética hermosa, un verbo lleno del espíritu urbano de su Quito natal, que se desentiende de estructuras y supuestos deber ser para entregar una poesía limpia, rotunda. Y nada que queríamos matar dos pájaros de un tiro compartiendo a este gran poeta como un regalo de cumpleaños y brindando por otro #ViernesDePoesía.


Postal urbana de Quito con yo en el fondo


Montañas irrumpiendo el cielo de la noche, calles locas que suben y bajan, campanarios, más campanarios, autos que patinan al doblar la esquina, jóvenes que se dirigen a las discotecas pateando latas de cerveza, parejas que se besan mientras los semáforos cambian. Música fugándose entre las piernas de una minifalda y los tacones obscenos de un muchacho que da los primeros pasos en su verdadero mundo. Niñas de fantasía perdiéndose sobre el rechinar de las motos.
Y allí voy yo, casi sin poder pararme, abrazado de una mujer que como bandera me agita por bares y hoteluchos. 


Con la música a todo volumen




Quién fue ese muchacho de melena rubia o negra,

pantalones de terciopelo o piel. 



Semidios que transformaba buenas canciones en maravillas.



¿Acaso un hijo de familia que dejó la vida apacible

para tocar jazz y blues o tango y cumbia

en bares o clubes de mala muerte?



¿Quién?



Prematuramente envejecido, algo obeso,

de mirada perdida

que dicen se bañaba en la piscina con su novia Anna o Gina

o que nadaba en la tina del hotel con una prostituta



El mismo que hizo escuchar a sus compañeros

discos de Chuck Berry o Chavela Vargas y Benny More.



Y que a veces, de tanto frío o calor se quedaba todo el día,

tocando la guitarra o el piano bajo las sábanas.



Pero que una tarde junto a Luis en el bajo y Phill en la batería,

empezaron a sonar en  las radios locales,

y otro día furioso golpeó a Anna o Gina,

            y Anna o Gina escapó con Lucho que luego diría:

Le quité a su novia y arruiné todo para siempre.



Entonces el muchacho descargó toda su melancolía

en el dulcimer amplificado, el sítar,

los pianos o vibráfonos repartidos aquí o allá

redondeando un disco que lo disparó a la fama planetaria.



Mas en el 68 ó 98 trataba de aquietar el

grueso de los aullidos con pastillas o alcohol,

y continuaba dejando embarazadas a sus amantes.



Aunque cada vez pasaba más tiempo escapando

de perseguidores reales o imaginarios.



Pero que no era para que el 71 o 2071 lo encuentren

en la piscina o en la bañera

con la melena formando una aureola en el agua.



¿Quién fue ese muchacho por el que paso encerrado escuchando su música?


Bonus track


Admirado Filipo si el corazón y calzoncillo de Marcia no son tuyos, no te engañes. Pues alocado como andas, vas directo a la cárcel o al hospicio.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Deseo, Pedro Guerra en #ViernesDePoesía

Te seguiré hasta el final 
te buscaré en todas partes 
bajo la luz y las sombras 
y en los dibujos del aire 

Te seguiré hasta el final 
te pediré de rodillas 
que te desnudes amor 
te mostraré mis heridas 

Y con las luces del alba 
antes que tú te despiertes 
se hará ceniza el deseo 
me marcharé para siempre 

Te seguiré hasta el final 
entre los musgos del bosque 
te pediré tantas veces 
que hagamos nuestra la noche 

Te seguiré hasta el final 
con el tesón del acero 
te buscaré por la lluvia 
para mojarme en tu beso 

Y con las luces del alba 
antes que tú te despiertes 
se hará ceniza el deseo 
me marcharé para siempre 
y cuando todo se acabe 
y se hagan polvo las alas 
no habré sabido por qué 
me he vuelto loco por nada 

Te seguiré hasta el final 
por la ladera del viento 
para rogarte, por Dios 
que me hagas sitio en tus besos 

Y con las luces del alba 
antes que tú te despiertes 
se hará ceniza el deseo 
me marcharé para siempre 
y cuando todo se acabe 
y se hagan polvo las alas 
no habré sabido por qué 
me he vuelto loco por nada 

Y con las luces del alba 
antes que tú te despiertes 
se hará ceniza el deseo 
me marcharé para siempre 
y cuando todo se acabe 
y se hagan polvo las alas 
no habré sabido por qué 
me he vuelto loco por nada.