lunes, 6 de mayo de 2013

Lina


A Lina Liset Saroza Manso, en su graduación

La imagen de una muchacha atada a un saxofón es, quien lo duda, sublime. Pero quisiera pedirles –y sé que no es fácil, yo mismo apenas lo logro- que dejen de lado la imagen por unos instantes y oigan lo que tienen que decir esta muchacha y su saxo.
Contención, virtuosismo, gracia, estilo; son algunos de los calificativos que vienen pronto a la mente al escuchar el diálogo que entablan la muchacha y su instrumento. Ella es pelirroja, menuda, bonita. Él es un saxo como tantos, de un dorado opaco, con sus llaves, oquedades y boquilla. Podrían ser un par de desconocidos, no haberse encontrado nunca y aun así ser moderadamente felices en su desconocimiento, lo que no es poca cosa en un mundo en el que ser apenas un poco feliz es cada vez más jodido.
Pero no, un día la muchacha decidió tomarlo en las manos, atarlo a su cuello y posar su boca en la boquilla del saxofón. Y desde entonces están conversando interminablemente. A cada tanto, en un acto de bondad inexplicable, somos testigos excepcionales, voyeurs afortunados a los que se les permite asomarse al mundo íntimo de la muchacha y su saxo.
Hay días -yo sospecho que para justificarse ante el mundo y que no les reprochen sus eternas conversaciones- que la muchacha y el saxo se unen a otros músicos y juegan a ser miembros de esas arcanas cofradías llamadas orquestas. Pero en el fondo, lo tengo clarísimo, no es más que puro formalismo, un quedar bien con las convenciones sociales, una pausa a su verdadero placer de hablar muchacha y saxo sobre los misterios cotidianos de la vida.
Como todos los diálogos permanentes, no debe ser –no puede ser- un diálogo eternamente placentero. Hay momentos duros, de respuestas ríspidas, de parlamentos monosilábicos, de intercambio de frases sin sentido. Pero los otros, los más, los que importan, son momentos de fructífera conversación, de aprendizaje mutuo, de confesiones amigas.
Este diálogo, que transcurre de tantas maneras, adquiere forma total, no podía ser de otro modo, a través de la música. Aquí hablan muchacha y saxo idéntico lenguaje, un lenguaje que no entiende de fronteras entre lo clásico, lo ecléctico y lo futurista; en este lenguaje hablan de improvisaciones, cadencias y danzas, sonatas calientes y en sol menor; hablan de las maravillas de Alicia, de abrazarse menos, de los mandatos de la estrella.
Les pido por favor, señoras y señores, que dejen a un lado la imagen magnífica de la muchacha atada al saxofón. Cierren los ojos, no se hagan trampas, disfruten de ese diálogo inagotable entre estos dos seres extraordinarios, relajen el alma y compartan con ellos, por dios, compartan conmigo, por unos segundos extraviados en el limbo, esta sensación bastante parecida a la eternidad.
(Tomado de OnCuba)

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