miércoles, 27 de marzo de 2013

Escuchando a Chicoy en perspectiva

Esto quizás sea el homenaje a destiempo por los cuarenta años de vida artística de ese guitarrista insustituible en la música cubana que es Jorge Luis Valdés Chicoy. O a lo mejor no es nada, si acaso un ejemplo brillante de cómo me distraigo mientras hago la tesis.


Mientras hago lecturas de textos académicos, suelo poner música que lleve tiempo sin escuchar, un recurso que me permite relajarme y a la vez reinsertar en mi memoria auditiva melodías un tanto olvidadas. Hace unos días escogí para acompañar mis faenas de la tesis el disco que tengo titulado como Perspectiva (que en realidad es el nombre de la banda, no el de el disco, pero bueno, ese es el precio de la piratería digital) , de Jorge Luis Valdés Chicoy.

No recuerdo la primera vez que vi a Chicoy en persona, lo que sí recuerdo es lo absolutamente coherente que me pareció su pequeña imagen con el tipo de músico que es. Esas notas concentradas, precisas, son el complemento adecuado para ese señor pequeñito, de dedos ágiles pero puntuales, que parece estar  apenas ahora desarrollando su maña, pero todo es un truco; al terminar de escucharlo, sospechamos que es solo una trampa suya para dejarnos inquietos, intrigados, anhelantes de más armonías.

A Chicoy siempre le he entrado de costado, en su condición de guitarrista miembro de una banda de jazz, y sin desconocer su destreza musical, hasta hace poco pasaba prácticamente inadvertido para mí. Siempre preferí los tonos roqueros de Elmer Ferrer y Andrei García, los aires clásicos de Leo Brower y Rey Guerra, e incluso el virtuosismo ecléctico de trovadores como Pedro Luis Ferrer, Santiago Feliú o Pável Urquiza.

Pero de un tiempo a esta parte, me he dedicado a rastrear el desempeño de Chicoy en los discos que ha participado y se me ha revelado una verdad que no por perugrollada es menos excitante: Chicoy es uno de de los mejores (¿el mejor?guitarrista de jazz que ha tenido (que tiene) este país. Dueño de una técnica impecable, su habilidad para conseguir la sonoridad tan propia de la guitarra eléctrica del jazz lo hace un referente indiscutible de la ejecución del instrumento en Cuba, en el que este tipo de ejecuciones son escasas.

En algún punto de mi lectura, mi entendimiento sobre el texto escrito cedió paso involuntario, más bien fue suplantado por el arrollador disfrute de los temas que componen el disco. Diez tracks, poco más de cuarenta y cuatro minutos bastan para confirmar (si no lo hiciera su extensa y aclamada trayectoria con Irakere, y su colaboración en decenas de discos de monstruos musicales como Felipe Dulzaides, Chucho Valdés, Arturo Sandoval, Omara Portuondo…, la lista es larga) la excepcionalidad de Chicoy.

Músico contenido, detesta las estridencias. Si tuviéramos que buscarle un referente, pienso que es la antítesis de un Arturo Sandoval, que a la menor oportunidad suelta los demonios de su trompeta. Chicoy, da igual si acompaña o es solista, apenas entrega las notas justas para que el tema suene absolutamente redondo, para que no queden resquicios a través de los que se escape la música.

Maestro de numerosas generaciones de guitarristas cubanos, por alguna razón que se me escapa no ha podido transmitir su savia a sus hijos musicales. Por más que este país de músicos excepcionales, es para mí una rara y extraña alegría encontrar un guitarrista de jazz que me deje pensando en él una hora más tarde de haberlo escuchado. Será que el resto de las variantes guitarreras absorbe a los buenos, o sencillamente tendré que acogerme a la mística y poco científica hipótesis de que en Cuba no nacen buenos guitarristas de jazz.

Me cuenta mi socio Rafa Berlanga, un guitarrista que se disfraza de estudiante de Comunicación Social, que Chicoy posee una de las colecciones de guitarras eléctricas más grandes de Cuba. Y viendo el panorama de la guitarra eléctrica en Cuba, medio desolado y autista, pienso que se merece todas y cada una de ellas.

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