Pedaleo entre las cuadras de un barrio de mi infancia
buscando un cementerio
me pierdo en pasajes, trillos,
cruzo puentes que no recuerdo
esquivo con precisión milimétrica los autos con que me
tropiezo.
En los ojos de los choferes distingo asombro y odio a partes
iguales
asombro de verse sobrepasados por un tipo flaco casi
invisible montado en un bicicleta
que ni sabe a dónde va
odio de ceder el paso a otro que llegará primero
otro que se tomará su agua fresca
y le hará el amor a su mujer
y sus hijos le dirán papá.
Pero esos choferes no saben nada no entienden
que yo solo estoy pedaleando para hallar un cementerio
aunque no sepa exactamente por qué
¿Se habrá muerto mi padre
habré perdido esa última conexión con mi otro continente
y ni siquiera me di cuenta?
¿Qué me espera en ese otro barrio,
una multitud de caras severas
una procesión de dolor ajeno
que nunca
-por más que lo intento-
puedo compartir?
Freno ante un árbol que ha nacido en medio de una callejuela
el árbol ocupa todo el espacio
como si alguien se hubiese propuesto dominar el mundo desde
él
o cuando menos eliminar cualquier rastro de calle.
En una rama descubro sentada a una muchacha
le pregunto por el cementerio y no responde.
Bajo de la bicicleta e intento trepar al árbol
la piel del árbol tiene la textura de la carne podrida
de las pesadillas
resbalo diecinueve veces pero lo consigo a la veinte
le pregunto por el cementerio a la muchacha del árbol y no
responde
venciendo el asco me deslizo por la rama y toco su hombro
Mi mano queda adherida a una masa viscosa
que alguna vez fue un cuerpo
y hoy no es más que una ilusión para distraer a ciclistas
perdidos.
Aquí no hallaré respuestas.
Monto mi bicicleta y sigo buscando
atravieso avenidas, callejones sin salida ni gente,
otros cementerios o lugares que parecen cementerios que no
son el que busco.
Subo hasta la loma más alta con la esperanza
de distinguir una cruz reveladora
un osario epifánica
una puerta inconfundible.
Pero en este barrio ya nada me habla
las señales han sido escritas por otras manos para otros
ojos
todo se me confunde
y se me borra
y se me escapa.
Sigo pedaleando sin rumbo pero con destino,
como la flecha lanzada por el ciego,
que viaja más movida por la fe que por la fuerza de su
brazo.
En alguna parte de este barrio
un muerto clama por mí.
Vedado, 28 de enero de
2014
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