Por Jaime Jaramillo Escobar (prólogo de su libro Los poemas de la ofensa)
Por su condición de laberinto, un libro es la mejor trampa que existe para cazar espíritus. El juego de
atraparse unos a otros es la literatura.
No se adaptó mi espíritu a la simpleza normativa de la línea recta y por eso no seguí una. Todas las
líneas rectas se entrecruzan estorbándose y no vi claridad en ello. Cuatro vidas rectas componen un
asterisco. Me parecía simpático. Lo simpático nunca me ha simpatizado.
El hombre nació errante. Si la especie se hubiera desplazado en línea recta, hubiera ido a parar al mar.
No me gusta ahogarme. He ido de un lado a otro porque ese es el destino natural. Y les he arrojado piedras
a los que van en línea recta. Bien se dice que la línea recta es el camino más corto entre la vida y la muerte.
La errancia es la única forma de despistar al tiempo. Meter al tiempo en el laberinto de nuestra errancia. A
eso lo llamaba Carlos Castro Saavedra jugar con el gato.
De aquí y de allá, de todas partes fueron tomados estos poemas, que se sustraen a la línea recta. ¡Tan
aburrida la línea recta, que ni a los aviones les gusta! La línea recta, a poco andar se curva. Es la forma más
rápida del engaño y la siguen los compulsivos, los azuzados, los que aspiran a llegar pronto. Me demoro en
el camino, me resisto a llegar, porque ya sé lo que hay allá. Mi amigo DARÍO JARAMILLO AGUDELO (con él la
prudencia y la fortuna) tuvo el valor de mandar su pie derecho a explorar. Por lo tanto él sabe más que yo.
Le ofrezco este libro en reverencia, admiración y reconocimiento, y con honor.
Medellín, 1991
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