A Cortázar, en su casi siglo
Podría enamorarme así, tan fácil,
un domingo cualquiera de nubes bajas y soledades de pequeñas
sombras,
un domingo en el que convocar al desastre sonaría mejor que
dejarse llevar por la brisa boba del fin de semana.
Podrían ser un par de brazos
delgados
sutiles
inquietantes
o unas piernas firmes como mis dudas
quizás una mirada o una sonrisa melancólica de esas que hacen
soñar con el hasta siempre.
Podría tomarme una fracción de segundo o dos vidas
todo depende de los cruces, las señales,
de hacia qué lado van a amontonarse las hojas caídas de los
árboles
de cuánto interés le ponga el destino a este asunto.
Pero, ¿para qué? –pregunto–
¿para qué alterar la calma de los domingos con un atajo de
intentos?
¿para qué lamer la fría laja de la posibilidad?
¿qué sentido tiene agotar el infinito
habiendo tanto sol por disfrutar
tanto clima de pactos silenciosos y canciones ocultas?
¿para qué apostar por una cara de la moneda
habiendo tanta semana por delante?
Centro Habana, 25 de
agosto de 2013 9.48 am
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