Foto: Anastasia Pottinger |
por Carlos Fuentes
La muerte, gran madrina de Eros, es
vencida y justificada, a un tiempo, por la reunión con el ser amado que ya no
está a nuestro lado, rompiendo el gran pacto de la pasión: siempre unidos,
hasta la muerte, tú y yo, inseparables.
Pero existe también —siempre ha
existido— una belleza de lo horrible.
La terrible y hermosa advertencia de
la poesía barroca española es que el alma «su cuerpo dejará», escribe Quevedo,
mas «no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo
enamorado». Prever la muerte del cuerpo no lo priva de su presencia, la acentúa
pero no nos exime de presentarle, en vida, el cuerpo al alma y el alma al
cuerpo, preguntándose: «¿Somos uno? ¿Somos armónicos?»
¿Depende la armonía del cuerpo y alma
del ideal de belleza que distintas culturas y distintos tiempos nos han
presentado? A Rubens le gustaban gordas y a Modigliani flacas y el ideal
límpido de Botticelli no es el antiideal malsano de Schiele. Sin embargo, de
nuestro concepto de la belleza depende nuestra elección de la belleza. ¿Por qué
un cuerpo es bello y otro no? Nos gusta lo que se parece a nuestro ideal. Una
maravillosa modelo de la moda actual pasaría por una tísica a los ojos del
siglo XIX. Cindy Crawford sería una moribunda en el harén de Delacroix.
Hace poco, la novelista chilena
Marcela Serrano atribuía a la mujer moderna la capacidad de cambiar de piel
como las serpientes, liberándose de fatalidades y servidumbres añejas. El
símbolo de la piel renovada me remite, mediante la concepción de Marcela
Serrano, nuevamente a la disociación o armonía entre cuerpo y alma. ¿Por qué un
cuerpo es bello y otro no? ¿Por qué hablamos de almas bellas y cuerpos feos, o
de cuerpos hermosos y almas horrendas? La desarmonía existe, sin duda. Lo que
nunca falta es la forma que tanto la armonía como la desarmonía pueden y deben
asumir. ¿Qué representaba la decapitada y deshumanizada diosa Coatlicue para
los aztecas? Quizás que una divinidad demanda inhumanidad. Pero, ¿no son tan
lejanas como la Coatlicue las bellísimas actrices de la pantalla o «las mujeres
que pasan por la Quinta Avenida, tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida»,
del poeta mexicano Tablada?
Un artista sabe que no hay belleza sin
forma pero también que la forma de la belleza depende del ideal de una cultura.
El artista trasciende —parcial y momentáneamente— el dilema, añadiendo un factor:
no hay belleza sin mirada. Es natural que un artista privilegie a la mirada.
Pero un gran artista nos invita no sólo a mirar sino a imaginar. La forma
femenina como forma de belleza es también objeto de sensualidad olfativa (el
«odor di femmina» de Don Giovanni), de sensualidad aural (Coya y Buñuel y
Beethoven sordos tienen que imaginar las voces del cuerpo) y, en suma, de
sensualidad imaginativa. (Proust y Catulo celosos, Romeo y Quijote separados de
Julieta y Dulcinea, Samsa transformado en insecto, imaginan otro cuerpo perdido
o deseado.)
Pobre sería el arte de la belleza
visual si excluyese la prolongación de la mirada en lo táctil, lo auditivo, lo
olfativo, lo «gostoso», como dicen los lusoparlantes. Y es que los seres
humanos deseamos un placer infinito que abarque todos nuestros sentidos. Pero
no nos contentamos con ello. Deseamos siempre algo más, algo que quizás ni
siquiera sepamos concebir, pero que nuestra imaginación y nuestros sentidos
buscan, exigen, imaginan aunque ni siquiera lo conciban. «Oh inteligencia,
soledad en llamas, que todo lo concibe sin crearlo.» Esta profunda intuición de
José Gorostiza en el más grande poema mexicano del siglo XX, le da palabras al
gran dilema de la residencia en la tierra: Desear una satisfacción infinita,
pero que al mismo tiempo sea temporal, un aquí y un ahora.
La belleza entrega su cuerpo no para
decirnos que nos contentemos con lo que el mundo nos da, no para limitar
nuestro deseo y pedirnos una conformidad cualquiera, sino para hacernos el
regalo de un cuerpo presente, un cuerpo aquí y ahora que no sacrifica, sin
embargo, ninguna de sus posibilidades, ninguno de sus puede y ninguno de sus
nunca. En el arte se encuentran, para quien sepa mirar, el ideal del cuerpo y
su negación; la armonía del cuerpo con el alma pero también su posible
desarmonía; la presencia del cuerpo pero también su inevitable ausencia; su
placer pero también su dolor.
FUENTES, Carlos. (2002). En esto creo.
Barelona: Editorial Seix Barral Biblioteca Breve.
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