Atrapado en los caminos de la sugestión –una estela de premios a su paso
por los festivales y una crítica unánimemente elogiosa- me senté el pasado
domingo 9 de junio en la butaca del Chaplin a buscar a Sixto Rodríguez
con ansiedad adolescente. Ya conocía la historia, ya había disfrutado las
canciones, y sin embargo no pude sustraerme del encanto de estar hechizado por
86 minutos por un cuento extraño e increíble sobre un anónimo y a la vez
icónico rockero.
De Detroit a Cape Town, con Searchig for Sugar Man asistimos a un
reiterado viaje de ida y vuelta en el que la curiosidad de un par de fanáticos
de Rodríguez se convierte en un acto de justicia poética. Canción tras canción
se reconstruye el mito, en un admirable ejercicio de recreación histórica que
no teme apelar a los más dispares elementos para armar una biografía singular.
Malik Bendjelloul compone una excelente pieza a partir del acertado
manejo de los recursos cinematográficos puestos en función de la gran estrella,
la historia. En esta obra el guion, con su estructura de novela detectivesca,
se lleva las palmas. Los realizadores hacen de la presentación imprevista del
dato oculto la partícula dinamizadora de la película, creando un filme que
maneja códigos del suspense con una maestría admirable.
Si a esto se le suma una banda sonora deliciosa, armada con las propias
canciones de Rodríguez -unos temas duros, descarnados, como el frío desierto y
oscuro de las calles de Detroit-, no dude el posible espectador que disfrutará de
la experiencia audiovisual y espiritual que es Searching for Sugar Man.
Resulta curioso que semejante fábula permaneciera sin ser contada en el
cine hasta ahora; demos las gracias a Bendjelloul que la cuenta, y de qué
manera. Se puede argumentar que hay anécdotas y poses efectistas en la narración,
pero qué es la historia del rock si no una sucesión de mitos increíbles.
Con tantas sorpresas y asombros que depara el filme, prefiero no
detenerme en un texto como este en detalles de la historia para que el
espectador descubra la suerte de Sixto Rodríguez, un hombre que cantó a las
durezas de su Detroit y sin quererlo se convirtió en un símbolo de la lucha
contra el apartheid.
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