Como buen jugador de póker debiera reconocer los signos de
la derrota
no se debe obstinar uno
cuando el triunfo lo esquiva como las caderas de una mujer
imposible.
Pero helo aquí, pidiendo más cartas,
desnudo, apostando su vejez venerable
la casa, los hijos y la esposa que nunca disfrutará
por causa de este vicio que lo ahoga.
Qué ganas de matarse a orgasmos,
a esta hora que el tango se repliega
y los gatos buscan un callejón para poblarlo con sus
maullidos de animal en celo.
Los faroles titilan
confusos guardianes de la noche
no saben qué hacer con este vagabundo de segunda
y su ludopatía incurable.
Las putas y otros jugadores desesperados lo cercan
atraídos por el olor que destila la rabia fermentada,
un alcohol poderoso que todos conocen
un ron que tarde o temprano revienta el barril que lo
contiene
y se desparrama por las alcantarillas y las gargantas
atentas.
El moribundo maneja
sus naipes con la torpeza de los cadáveres;
la regla es justa e implacable:
no hay piedad para el jugador que ignora las señales.
Hay que pagar el precio de sentarse a la mesa, el precio de
amanecer.
Vedado, 13 de abril de
2013 7:09 am
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