Extiendo la mano y acaricio el hombro de
esa muchacha caprichosa como solo saben serlo las mujeres hermosas. Pienso sin
querer en aquella otra muchacha que extrañaré siempre, tan lejana, tan
imposible. Me acompaña Fito Páez, susurrándome que nada nos deja más en soledad
que la alegría si se va.
Mientras el auto rueda divago entre ideas
inconexas; mis 23 años, el sentido de trascendencia, una tesis a medio hacer
que amenaza con venírseme encima, amigos que no merezco, un par de textos que
valen la pena, las miles de palabras malgastadas.
En algún momento la sucesión interminable
de lomas que flanquea la carretera se abre abruptamente. Aparece, deslumbrante,
el vacío de Bacunayagua, la inmensurable ausencia de tierra, un monumento al
aire, un santuario del viento.
Vamos cruzado el puente. Frente a mí -casi
puedo tocarla- un aura tiñosa lucha por mantener el rumbo en ese rincón caótico
que no respeta las leyes y lanza a las aves planeadoras a cualquier parte.
Estiro el brazo, miro a los ojos al aura, quisiera ayudarla. Yo también
entiendo de vacíos y corrientes extrañas.
leo y me pierdo en el vacío. impecable/implacable
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