Por Javier Montenegro
Cuando uno se enfrenta a una película de fantasmas, de monstruos y demás cosas fantásticas, casi nunca le entra al asunto de espalda y enjabonado. La carpeta con la película siempre viene con un póster o uno hace la tarea y se lee la sinopsis; todo esto provoca un pacto: cuando nos sentamos (también puede quedarse de pie o acostado) a ver la cinta, corremos ciertos límites que por lo general son inadmisibles. El ejemplo más sencillo es el de los asiáticos voladores: si no estamos acostumbrados o aceptamos de antemano la ligereza kilográmica de los japoneses, chinos y compañía, se nos hace imposible disfrutar la historia.
Cuando uno se enfrenta a una película de fantasmas, de monstruos y demás cosas fantásticas, casi nunca le entra al asunto de espalda y enjabonado. La carpeta con la película siempre viene con un póster o uno hace la tarea y se lee la sinopsis; todo esto provoca un pacto: cuando nos sentamos (también puede quedarse de pie o acostado) a ver la cinta, corremos ciertos límites que por lo general son inadmisibles. El ejemplo más sencillo es el de los asiáticos voladores: si no estamos acostumbrados o aceptamos de antemano la ligereza kilográmica de los japoneses, chinos y compañía, se nos hace imposible disfrutar la historia.
En el caso del cine de terror,las fórmulas y clichés están
bien definidos e intentar saltárselos es muy peligroso. Para mezclar géneros se
necesita mucho talento o mucha experiencia. En Sinister, la combinación entre el suspense-thriller-policiaco y los
fantasmas fracasa de manera estrepitosa. De un inicio las cartas en la mesa nos
señalan a un hombre de carne y hueso, un asesino en serie metódico, y aunque se
respira un aire espectral a ratos, la cuestión no sobrepasa los sustos. El
problema real en este tipo de cine es el momento mágico del cambio de género. Cuando
vi un Cuento de Fantasma, de Kenji Misumi,
el autor ya nos anunciaba desde el título la presencia de los muertos y por eso
el cambio brusco no molestaba tanto, más bien se disfrutaban los recursos
empleados por el autor.
En Sinister falla.
La idea no es mala: el investigador que no cree en nada paranormal se muda a la
casa de los asesinatos para estar bien cerca de los hechos; por su mente jamás
pasó la existencia de un ente legendario que controlase a sus víctimas. Eso
está muy bien, pero cuando uno da el salto entre un mundo real y otro
desconocidoel manejo de los hilos es esencial, no puede aparecer de pronto el
rostro de un fantasma cuando todo apuntaba a un sicópata. Ahí se derrumba todo.
En Los otros o en Sospechosos habituales (esta no es de
fantasmas pero el ejemplo del final inesperado es válido) los cambios bruscos
son efectivos porque las escenasmás impactantes de la cinta nos sirven como
punto de viraje, son válidas para ambas historias, la que creíamos real en un
inicio y la nueva verdad; además, ambas se guardaron el último golpe para el
final; ese es otro de los fallos en Sinister,
a mediados del metraje ya conocemos cómo terminará. Si vas a violar el pacto
realizado en un inicio con el espectador, debes prepararlo y mostrarle el
camino con algunas pistas, no pegarle un jab en la mandíbula cuando menos se lo
espera, porque si se recupera del conteo de protección, tira la toalla y apaga
el televisor, o como mínimo, se predispone por el resto de la cinta.
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