Viajar en un P4 atestado y caótico un sábado al caer la
noche. Sentir como los continuos y tímidos frenazos de la guagua balancean a
los pasajeros en incomprensible y cifrada coreografía a un compás que solo tú,
que llevas puesto unos audífonos en los que se escucha un vals de Dvorak,
entiendes.
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