" La noticia apareció en el diario La Discusión el 17 de julio de 1915, al tercer día del hecho sangriento. Dos compadres que se disputaban una mujer, perdieron la vida con el mismo puñal en las márgenes de un arroyo mezquino en las inmediaciones de Bayamo. El torpe corresponsal no consigna el lugar el lugar exacto, evidencia de insensibilidad más que de olvido. El hombre se obstina en las repeticiones. El andaluz Veloso y el comarcano Torres escenificaban ese duelo final (por una mujer que no les pertenecía) como Santocildes el suyo frente a Maceo, justamente veinte años atrás. ¿Qué extraña negligencia repite el fatigoso azar? ¿Qué curioso resorte moviliza los acontecimientos? Mi propósito no es referir una historia, sino mostrar las analogías, los símiles, las aproximaciones del incierto devenir de la existencia humana. Cuando hacia 1890 conversaron en la Acera del Louvre los generales Maceo y Santocildes, el español (respetuoso) había dicho: “Nos vemos en la manigua”. Los historiadores, al reproducir la anécdota, omiten una frase del gallardo mambí. (Yo quería leer, más bien escuchar, el pensamiento de Antonio Maceo). El general esbozó una leve sonrisa y, concluyendo el pronóstico de Santocildes, añadiría: “… como en San Ulpiano”.
En Peralejo (1895) se entablaría el singular combate. El choque se produjo por el punto más débil de las fuerzas cubanas: la retaguardia. Alfonso Goulet cae gloriosamente defendiendo la impedimenta (hombres desarmados, enfermos, mujeres y niños), pero el genio militar de Maceo reestablece la situación en pocos minutos. Un despliegue de infantería y una carga al machete y la columna española queda atrapada entre dos fuegos (esto habría que ejecutarlo, no escribirlo). Santocildes se enfrenta a esa situación con serenidad y valor. Una y otra vez rompe el cerco mambí (que vuelve a cerrarse) hasta que en la última fase de la batalla, ya en la sabana de Peralejo, cae muerto con tres balazos en el cuerpo. ¿La victoria de Peralejo prefiguraba la caída en San Pedro? Torres y Veloso, que protagonizaron la vasta discordia, no pudieron sustraerse a ese duelo mayor. Desde el anonimato de las relampagueantes cargas de caballería y las agitadas marchas a bayoneta calada, heredaron las cicatrices (que el tiempo no pudo borrar). El suceso encierra una dramática paradoja: la épica individual devorada por el olvido; el acto irracional en la primera plana de los diarios.
1916 "
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sábado, 16 de marzo de 2013
Peralejo
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