lunes, 25 de marzo de 2013

Lo malo simplemente no es jazz



A Bebo Valdés, por el pie forzado.

A @jordedearmas y @juliogarcia1966, en una tarde nublada.


“Jazzistas malos no hay. Lo malo simplemente no es jazz” @jorgedearmas

La frase de @jorgedearmas me llevó a hacer un recuento de las miles de horas que he dedicado a esa música inapresable. Sé que peco de absoluto, pero si la poesía tiene una expresión sonora, esa es el jazz.


A ciencia cierta, no tengo muy claro cuando ni por qué comencé a interesarme por el jazz. Sí estoy convencido que fue una causa menos snob que una novela de Cortázar o una película de los cincuenta. Seguramente fue la radio, o algún vecino raro dentro del barrio de militares de mi infancia.

El punto exacto no importa. De cualquier manera, el jazz contamina casi todo en mi país. Está en los vertiginosos y complicados compases de la timba, en las descargas rebeldes de los alumnos de los conservatorios que siempre (para felicidad y gloria de la música cubana) logran evadir la rigidez de la academia, en los toques de tambores que muchas veces sin saberlo han bebido del mismo género que tanto les debe, en el mapa genético de los seres minúsculos y chovinistas que somos los cubanos.

Lo seguro es que, si de apreciación musical se trata, primero fue el jazz.

El deslumbramiento que en esa fecha imprecisa me provocó todavía no cesa. Fue un oír más claro, fue descubrir secretos caminos hasta entonces vedados, fue llegar al blues, al tango y a los ritmos brasileños con otra disposición. Si esto no bastara, gracias al jazz consigo hoy día remedar en la guitarra un par de acordes más o menos coherentes.

De jazz se compone la mayoría de la banda sonora de mi vida. Tengo jazz para momentos alegres (nada como las gamberradas de Cole Porter y Fats Waller o la voz sonriente de Louis Armstrong); Ella Fitzgerald y Diana Krall son dos miembros prominentes de mi panteón vocal. La lista sería infinita.

A fin de cuentas, ¿qué es el jazz? ¿Fuga, tránsito, chispa, inocencia, trampa, body & soul? Todo eso y más. Arrollador placer que nos hace vibrar una y otra vez, inefable diapasón que en raras resonancias lleva a nuestros oídos, por poner un ejemplo, el alma de un viejo pianista cubano a través de los sutiles desplazamientos de sus manos por el teclado.
Cerro-Vedado-Cerro, 12-13 de junio de 2012
(Tomado de El Microwave)

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