El 24 de enero inauguré el blog Cuba y la noche. Un blog en
el que, como reza su lema, se puede encontrar casi cualquier cosa de
literatura, música y cine . No es
solamente un blog donde exorcizar mis demonios del periodismo cultural; también
lo creé con la intención de publicar trabajos de otras publicaciones que me
parecieran interesantes dentro de ese amplio espectro temático que me propuse. Mis
amigos, que tienen por costumbre sumarse a estas ideas, no dejaron de seguirme.
Dos semanas más tarde ya había caído un post de Javier, y un poco más tarde se
estrenó David (solo falta
que Carlos Manuel aparezca
para tener otra temporada de Ediciones
Martes). Volviendo al blog, navegando un día entre el montón de páginas que
hay dedicadas a estos temas encontré una crónica con el escueto
nombre de 10.6 segundos.
Cuando me atreví a dar clic sobre el enlace no sabía que estaba a punto de
pasar página en mi vida intelectual.
Resulta que 10.6
segundos es lo más cercano a la crónica definitiva que ha caído en mis
manos, una narración quitalientos del mejor gol del mundo (el segundo gol de
Maradona a Inglaterra en México ‘86 para los no iniciados) firmada por un tal
Hernán Casciari. No pude resistirme a googlear “Hernan Casciari” y rápidamente
di con una cosa llamada Orsai. Y digo cosa porque Orsai fue/es
blog-revista-editorial-bar-universidad y cuanto pase por las cabezas del Jorge
y el Chiri, ese par de locos que, sin haber cruzado una palabra con ellos, en
semanas se han convertido en una suerte de tíos geniales que espero para que me
cuenten las peripecias de sus viajes.
Me atrevo a decir que el resto del piquete quedó tan deslumbrado como yo cuando compartí mi hallazgo. Desde el 2011, en alguna
parte de este mundo hispanoparlante, hay unos pirados haciendo una revista de
literatura, de 200 páginas, con textos de excelentes escritores, sin
publicidad, distribuida directamente a los libreros, con un precio alrededor de
los 12 dólares y que –para que tengan una idea- en el año 2013 ha vendido 16903
ejemplares, al momento que escribía este post. Demasiado para mí.
Fascinado, conversé con Iroko para que me
descargara los once números que encontré disponibles en la página. Ese fin de
semana, quedé solo en casa. “Te dejo el
Kindle”, me dijo mi novia al tiempo que se iba a trabajar. El paraíso se abrió ante mí. Copié el primer número de la
revista en el aparato, acallé la voz interior que me reclamaba atendiera mi
atrasada tesis de licenciatura, puse como banda sonora de la exploración a
Orsai no. 1 unas canciones de los chicos pijos de Blur que tenía pendiente
escuchar hace siglos, me acomodé en la cama y estuve toda la mañana y buena
parte de la tarde pegado a sus páginas virtuales.
La primera sorpresa vino cuando encontré en la crónica
inicial unas ilustraciones cuyo trazo me resultó demasiado familiar. Miré al
pie de una de ellas y ahí estaba: Ares. “¡Coño, Ares
ilustrando el número 1 de esta revista!”; mi costado cubanochovinista saltó de emoción por semejante descubrimiento. Seguí leyendo;
uno tras otro se sucedían un montón de textos que evito clasificar para evitar
los gritos al cielo de filólogos y el resto de los clasificadores académicos,
textos que acaso su único denominador común sea la eficacia narrativa y un
marcado acento individual.
Fútbol amateur en Brooklyn, gordos pajeros, viajes alrededor del mundo en silla
de ruedas, penes inmensos, qué deben leer los niños, deportados argentinos,
descubridores de México en Cartago (o al revés), ontología de la fotografía, pinturas
y una novela de quince mil páginas sobre niñas con penes diminutos, obsesiones
de una gorda, conflicto vazco, la reivindicación de los blogs como el hogar de
una generación literaria, vendedores de religiones, los hombres (y mujeres) de
la Avenida Madison, como no ser un guionista… periodismo y ficción burlando
barricadas como los buenos de Mickey y Mallory. Gustos personales apartes,
encontré en las 200 páginas –más allá de los relatos- la señal que estaba
buscando; para el periodismo es la hora de las historias bien contadas, y los
límites temáticos están dados solo por la habilidad de los autores (descubrir
el agua tibia es uno de los pocos placeres que la cultura moderna nos deja, así
que chitón).
Por espacio de unas horas volví a ser aquel niño que leía
sin despegarse del libro, ajeno a todo. Olvidé comer, olvidé fregar los platos
del desayuno, olvidé lavarme la boca, olvidé tomar café, olvidé incluso los
partidos del Clásico Mundial de Béisbol que estoy siguiendo con un fanatismo
que no sabía albergaba.
Quien entre al sitio web podrá encontrar muchísimas más
cosas que lo publicado en la revista, verá que ese proyecto cultural desbordado
ya ha sufrido varias mutaciones saludables; al punto de que acaban de lanzar
una convocatoria para unos cursos con destacados escritores a golpe de cervezasy comidas del bar (mi Buenos Aires querido, tan lejano). Sí quisiera hacerle un
señalamiento al proyecto; Casciari señala cómo fuera de los centros editoriales
(México, Argentina, España) es difícil hacerse con literatura contemporánea,
pero su revista que ya llega a 31 países, aún no ha recalado en el nuestro. Valdría
la pena hacer una petición colectiva para que hagan llegar a este trozo de
tierra desconectada algunos packs de diez revistas, estoy seguro que podemos
vendérnoslas; después de todo, gastar 12 dólares cada tres meses en semejante
pedazo de cultura no es una inversión (demasiado) costosa.
Orsai surgió, en palabras de su creador, porque querían
demostrar que era posible hacer literatura en tiempos de crisis y sobrevivir. Si
se me ocurre en Cuba decir que estoy fuera de juego al momento se prenden las
alarmas. Todavía están abiertas las heridas post Padilla en esta tierra y
semejante declaración sería despertar dragones que aún no mueren, o cuando
menos sería asumida como un intento snob por llamar la atención. Pero la idea
de Casciari no me deja tranquilo. Javier, que es dueño de un pragmatismo
demoledor, le cayó a tiros a las palomas que yo lanzaba al viento diciéndome
que una empresa semejante es imposible en Cuba. Quizás tenga razón. Pero en mi
cabeza comienza a formarse, inevitable, la peligrosa y dulce idea de situarme
fuera de juego.
PD: Cuando empecé a leer el número 2 de la revista descubrí
que allí fue publicado originalmente Mujica, el presidente
imposible, de Josefina
Licitra, texto que encontré en la web (gloria eterna a Crónicas periodísticas)
en el 2011 y que ya es sin dudas todo un clásico del perfil periodístico. El
mundo es un pañuelo y todo cierra, dice el Jorge, y vaya qué tiene razón.
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