Mientras hago lecturas de textos académicos, suelo poner música que lleve tiempo sin escuchar, un recurso que me permite relajarme y a la vez reinsertar en mi memoria auditiva melodías un tanto olvidadas. Hace unos días escogí para acompañar mis faenas de la tesis el disco que tengo titulado como Perspectiva (que en realidad es el nombre de la banda, no el de el disco, pero bueno, ese es el precio de la piratería digital) , de Jorge Luis Valdés Chicoy.
No recuerdo la primera vez que vi a
Chicoy en persona, lo que sí recuerdo es lo absolutamente coherente que me pareció su pequeña imagen con el tipo de músico que es. Esas notas concentradas,
precisas, son el complemento adecuado para ese señor pequeñito, de dedos ágiles
pero puntuales, que parece estar apenas ahora desarrollando su maña, pero todo es un truco; al terminar de escucharlo, sospechamos que es solo una trampa
suya para dejarnos inquietos, intrigados, anhelantes de más armonías.
A Chicoy siempre le he entrado de
costado, en su condición de guitarrista miembro de una banda de jazz, y sin
desconocer su destreza musical, hasta hace poco pasaba prácticamente inadvertido
para mí. Siempre preferí los tonos roqueros de Elmer Ferrer y Andrei García,
los aires clásicos de Leo Brower y Rey Guerra, e incluso el virtuosismo
ecléctico de trovadores como Pedro Luis Ferrer, Santiago Feliú o Pável Urquiza.
Pero de un tiempo a esta parte, me he
dedicado a rastrear el desempeño de Chicoy en los discos que ha participado y
se me ha revelado una verdad que no por perugrollada es menos excitante: Chicoy
es uno de de los mejores (¿el mejor?) guitarrista de jazz que ha tenido (que tiene) este país. Dueño de una
técnica impecable, su habilidad para conseguir la sonoridad tan propia de la
guitarra eléctrica del jazz lo hace un referente indiscutible de la ejecución
del instrumento en Cuba, en el que este tipo de ejecuciones son
escasas.
En algún punto de mi lectura, mi
entendimiento sobre el texto escrito cedió paso involuntario, más bien fue
suplantado por el arrollador disfrute de los temas que componen el disco. Diez tracks, poco más de
cuarenta y cuatro minutos bastan para confirmar (si no lo hiciera su extensa y
aclamada trayectoria con Irakere, y su colaboración en decenas de discos de
monstruos musicales como Felipe Dulzaides, Chucho Valdés, Arturo Sandoval, Omara
Portuondo…, la lista es larga) la excepcionalidad de Chicoy.
Músico contenido, detesta las
estridencias. Si tuviéramos que buscarle un referente, pienso que es la
antítesis de un Arturo Sandoval, que a la menor oportunidad suelta los demonios
de su trompeta. Chicoy, da igual si acompaña o es solista, apenas entrega las
notas justas para que el tema suene absolutamente redondo, para que no queden
resquicios a través de los que se escape la música.
Maestro de numerosas generaciones de
guitarristas cubanos, por alguna razón que se me escapa no ha podido transmitir
su savia a sus hijos musicales. Por más que este país de músicos excepcionales,
es para mí una rara y extraña alegría encontrar un guitarrista de jazz que me
deje pensando en él una hora más tarde de haberlo escuchado. Será que el resto
de las variantes guitarreras absorbe a los buenos, o sencillamente tendré que
acogerme a la mística y poco científica hipótesis de que en Cuba no nacen
buenos guitarristas de jazz.
Me cuenta mi socio Rafa Berlanga, un
guitarrista que se disfraza de estudiante de Comunicación Social, que Chicoy
posee una de las colecciones de guitarras eléctricas más grandes de Cuba. Y viendo el panorama de la guitarra eléctrica en Cuba, medio desolado y autista, pienso que se merece todas y cada una de ellas.
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